miércoles, 11 de mayo de 2011

La historia desde el presente.

Somos la generación de la libertad, de la paz, de las Blackberrys y la felicidad egoísta. Somos la generación Ni - Ni, porque nuestros antepasados lucharon tanto por un mundo libre, que no sabemos porqué trabajar, ni sabemos porqué estudiar. El existencialismo te deja a la deriva, como soñé en mi Dialéctica con Adán*.

El problema es sencillo. Las anteriores generaciones partieron de una sociedad estamental y opaca, oprimidos por una política fascista, racista, esclavista. Hubo guerras, en las que nuestros antepasados murieron, para dejarnos a nosotros, a nuestra generación, un mundo libre, un mundo mejor. Sacrificaron sus pésimas vidas para que nosotros tuviéramos una decente. Pero ¿acaso nos basta con esto? ¿Acaso el hombre no está hecho sino para luchar por un mundo mejor? Aún tenemos problemas, sólo han cambiado de nombre, y hay más gente que antes, lo que crea cortinas de humo, y hace que las estadísticas sean completamente maleables. Podría hacer un estudio estadístico en África y decir que es una primera potencia mundial; tantas personas somos.

Creemos que aquello por lo que lucharon nuestros abuelos, bisabuelos y demás, era este estado de hoy día. Pensamos que esto es la culminación de la sociedad, que ya solo avanzará la tecnología y que no tenemos que exigir nada más. Pero este pensamiento sólo se mantiene bajo argumentos no ya egoístas, sino completamente solipsistas. Vemos diariamente a personas ombliguistas cuya única preocupación es su persona. "Esta es la única manera de ser feliz -pensamos-, encerrándonos en nosotros mismos". Pero no hay que ser feliz. No le toca a nuestra generación ser feliz, por mucho que los titiriteros de nuestra sociedad quieran hacérnoslo creer así. Tenemos que ver la historia desde el presente, y tenemos que obligarnos a morir espiritualmente para dejar a nuestras crías un mundo mejor. No toca aún ser felices.

Quizás parezca que podemos ser felices, pero no es así. La posibilidad física de felicidad no implica que debamos ser felices; es decir, el hecho de que haya una igualdad -solo en el primer mundo- entre todas las personas sea cual sea su religión, sexo, orientación ideológica, no significa que podamos ya ser felices. "Si no hay ningún impedimento físico para ser feliz, si nadie nos lo prohíbe, consigamos la felicidad, pues no hay medio que no valga para alcanzarla, ya que es un fin en si mismo". Este es el pensamiento que hay que eliminar. No estamos luchando por cambiar nada, y si los Altos llegan a convencernos de que podemos ser felices con las cosas tal y como están, jamás se cambiará nada. Porque los Bajos nunca cambiarán nada, y los Medios solo quieren quitarle el poder a los Altos.

No podemos ser más la generación de la Blackberry. Tenemos que ser la generación de la constante lucha por la revolución intelectual. Tenemos que tirar nuestras pantallas de plasma, tenemos que quemar nuestras TermoMix. Pisemos nuestros iPods. Nuestra religión serán los libros, nuestros Dioses serán los grandes luchadores revolucionarios -K. Marx, M. Gandhi, M. Luther King, Julian Assange-. Dejemos de entregarnos a los dioses de plástico, dejad de usar el doblepensar para autosugestionaros de que podéis ser felices. Entregaros a los verdaderos dioses, a vosotros mismos. La historia del hombre se ha hecho siempre en el presente, y se ha terminado de entender en el futuro.

La felicidad, y esto es algo que vuestra misma experiencia os demostrará, no es algo para cuya consecución valga cualquier medio. Hay felicidades y felicidades, algunas engañosas, otras traicioneras, las hay a través del amor y del odio, casi siempre efímeras. Pero siempre es insaciable, como el hombre mismo. Ahora examinemos nuestras conciencias: ¿alguien es feliz? Hipócrita. ¿Alguien se cree feliz? Ignorante. ¿Alguien quiere ser feliz? Iluso. En la misma definición volitiva del hombre está la solución a este problema: no nos dejemos saciar por cualquier atisbo de felicidad. Busquemos lo absoluto, aunque esto no exista, porque es lo único que hace al hombre tender en una dirección correcta. Busquemos la infinita, imperecedera y culminante felicidad, aunque ya conocemos su inexistencia, porque es la única manera de vivir decentemente. Una vida conformista es conformarse con lo que no hay. Por esto acabaremos todos locos.

lunes, 9 de mayo de 2011

Dialéctica con Adán.

Nos dieron la posibilidad de vivir ajenos a lo importante y trascendental, lo teleológico, ajenos al destino, a Dios, e incluso a uno mismo. Pero no podemos hacerlo. Nuestra generación es débil y relativa, y más se pudre conforme nos alejamos del pecado original, de esa encarnación de la vida, un sentimiento real, un pensamiento verdadero, inalcanzable desde nuestro insulso y neutralizado cerebro.
Nos dieron a elegir entre la verdad y la felicidad, entra bondad y maldad. Pero nunca escogimos solamente uno, porque ambos parecían razonables, porque se complementaban. ¿Qué es la felicidad sin haber sufrido la taciturnidad? ¿Qué es Dios, sin la nada, sin el vacío de sentido y la adolescente pérdida del horizonte vital? ¿Qué es un ateo sin un creyente? Normalidad, animalidad, sinrazón. Sin el pequeño atisbo racional intermitente dosificado diariamente, eso es lo que seríamos; Nada.
Cabe preguntarse, si pudiéramos pedirle explicaciones a Adán, si hoy día pudiéramos plantearle estas "evolucionadas" ideas, cuál sería su reacción. Esto lo voy a dejar a la imaginación del lector, pero me nombro portavoz de esta nuestra incomprendida generación.

Adán: Pero ¿quién nos dio a elegir entre los opuestos? Es absurdo... ¿quién tuvo la perversidad de obligarnos a escoger entre cosas que no sabíamos lo que eran? ¿Quién?
- Los tejedores del destino.
- ¡¿Hay más de un Dios?!
- Nosotros somos nuestros dioses.

Con la decadencia de la tradición y la moral cristianas, Dios ha bajado a la Tierra. En mi opinión eso no le quita su valor. Dios es ahora más divino que nunca, es igual de eterno y omnipotente, solo que ahora vemos que, lo que miles de motivados creyentes han visto en el cielo, en realidad se halla delante de nuestras narices. El Dios terrenal no tiene ventaja de plausibilidad respecto del otro: antes no podíamos discernir si Dios existía en el Cielo o sólo en nuestras cabezas. Hoy día la disyuntiva es, si todo lo mágico, etéreo, eterno, intangible, en resumidas cuentas trascendental, existe en sí, o bien son meras conexiones neuronales. En la medida en que nos trasciende, está a mi juicio no sólo en nuestros cerebros, también fuera. Creo en el holismo divino: el conjunto de creencias en lo intangible es irreductible a las creencias individuales: Dios es igual de grande creamos en él o no, porque es verdad, y la verdad es tal cuando no importa que creamos en ella, y sigue en pie. Dios es esa preciosidad de la Vida, y también su peor lado. Pero nos trasciende a todos y así ha sido, así será. Sigue habiendo cosas que no sabemos explicar, y siempre será así. Pero no deja de tener valor cultivar la razón, ese magnífico e inigualable instrumento en el que reposa nuestra capacidad de sobrevivir, como lo hace el vuelo en las aves o el veneno en las arañas.

domingo, 1 de mayo de 2011

Del miedo a abrirse a los demás.

Tenemos ese miedo a mostrar nuestra faceta más amada, nuestra interioridad, nuestro infierno, para mantener su condición de admirable e intransmisible, incomunicable. Este pánico a mostrarse uno tal como es sucede por miedo a que tus pensamientos y reflexiones más profundas queden en nada al convertirse en meras palabras a oídos de los demás. Es un temor a que alguien nos refute, a que no piense como nosotros, y nos veamos bloqueados por un inmenso dolor espiritual. Las facetas que más amo de mí mismo, mis soliloquios frente al espejo, mis pensamientos mientras contemplo los paisajes más honoríficos de Málaga, mi dialéctica con la luna llena; son algo que considero incomunicable por el simple espanto a que sea rechazado por otro punto de vista.

En los momentos de expresión de mis arcadas intelectuales, soy yo, y solo yo. Pero yo nunca soy yo. Sólo aquí, en forma de seudónimo gatuno.

Por eso no hago publicidad de mi blog. No quiero seguidores, dije al principio. Aunque se ha truncado satisfactorio, mantengo al menos el blog en el mayor anonimato posible, a menos que conozca a una mente abierta y alienada que comprenda cada pequeña subliminalidad de mi infierno interior, en su totalidad.

Prefiero perderme en la inutilidad, en la vaciedad del pensamiento de cómo sería mostrar esta faceta hacia los demás, antes que cometer el suicidio de ser yo mismo. Yo soy yo, cuando soy yo, no cuando tú me ves. Y no soy yo contigo, porque entonces no soy yo. Y por miedo a que veas mi yo interior como una extensión de lo que ya conoces de mí. Quizás algún día conozca a la persona más adecuada. Les ruego disculpen mi pedante egoísmo, pero este es mi blog, mi infierno. No una ONG.


martes, 26 de abril de 2011

Sucesivas demostraciones empíricas de que Dios me odia.

Esta historia está llena de controversias, suspense y claustrofobias. Es el relato del acontecimiento histórico bautizado con el “3-D”. Es sólo un punto de vista más, de entre los miles de afectados por la huelga de controladores aéreos en España, añadiendo la tragedia posterior ocasionada indirectamente en Faro, o povo surrealista (Faro, el pueblo surrealista) en Portugal.

Todo empezó una tarde de domingo, después de un partido de fútbol; surgió la propuesta de ir a un concierto de Ben Harper en Londres, Reino Unido, completamente improvisada, y acepté. También les pareció buena idea a Nathalie, Leandro, Beatriz, Antonio y Pablo, aunque este último no fue por motivos económicos. El concierto fue el viernes 3 de diciembre, pero no estábamos ahí.

El primer incidente ocurrió al coger el tren del aeropuerto de Gatwick al centro de Londres; un trayecto de una hora se alargó a dos horas y cuarto, debido al pésimo estado de las vías causado por la intensa nevada que afectaba a la capital. No se veía una nevada así en diciembre desde hacía 45 años. Cuando conseguimos llegar a Londres, el meteo – sat no nos acompañaba; acostumbrados al clima de Málaga, cinco chavales con maletas, poco abrigo y tales condiciones espacio-temporales, tenían todas las de perder, véase: 3 grados bajo cero, nevando (sí, nevando, guau); charcos helados repartidos arbitrariamente por la ciudad, pero inexorablemente deslizados bajo nuestros pasos -te despistabas un momento y metías hasta la rodilla-; y así, con los dedos morados y sangre en la nariz por el cambio brusco de temperatura, teníamos que encontrar el lugar donde se encontraban las llaves del cada vez más idílico apartamento. Tras media hora en su busca, nos rendimos y cogimos un taxi, un exceso que luego pagaríamos caro. Andar de una punta a otra de Londres y luego volver al apartamento, al lado de la estación de tren, en estas condiciones, fue una tarea memorable, recompensada por la excesiva calefacción de nuestro pequeño hogar.

Durante los días más fríos del año, recorrimos los lugares más turísticos de Londres, eso sí, siempre con una nieve puntiaguda, cortante, malintencionada, que nos impidió, en ocasiones, abrir los ojos para poder maravillarnos con los monumentos. Esta misma nieve canceló el concierto de Ben Harper, el principal, si no el único motivo de nuestro viaje.

Pasemos a la parte cómica y controvertida del relato. Durante los días que pasamos en la ciudad, nos enterábamos de noticias a medias (nuestro nivel de inglés es precario) sobre el tráfico aéreo entre Londres y Sevilla, nuestro viaje de vuelta previsto, en un principio, para el sábado 4 de diciembre a las 14:55 con Ryanair. Estas noticias fueron, desde un principio, que las nevadas en Londres impidieron el tráfico aéreo durante los días que pasamos visitando iglesias y más monumentos a gente muerta. La otra noticia, la noticia, fue que en España los controladores aéreos decidieron hacer una huelga, porque un Real Decreto – Ley les iba a aumentar el horario laboral, y claro, la reacción más lógica es cancelar 2.500 vuelos. Hijos de la gran puta, cinco palabras que se me vinieron instantáneamente a la cabeza cuando escuché la noticia de los labios de Antonio.

La diferencia entre sus quejas y las de cualquier otro sector laboral no es más que el poder; los controladores tienen una gran responsabilidad, y si no van a trabajar, hacen más ruido. En mi opinión, por tener el derecho a huelga y una repercusión mayor con la misma, no deberían ejercerlo, precisamente por este desencadenamiento. Todos los trabajadores tienen el mismo derecho, pero se les ignora cuando hacen huelga porque no ocurre nada, no tienen influencia ni poder sobre las masas, no afecta igual a las personas.

En fin, de momento seguimos en el aeropuerto con la cara de póquer, porque vimos lo siguiente:

“SEVILLA RYR5252 14:55 CANCELLED”

Y nada, a esperar, a reclamar, a pelearse en inglés (algo que, por cierto, mejora tus facultades en el idioma); queremos nuestro vuelo, pero nos dicen que hoy no salimos del aeropuerto, aunque se acabe la huelga de controladores. Todos lloran, Dios, cómo lloran, como si tuviesen algo importante que hacer en España. Yo no me preocupo porque mi tiempo dejó de tener valor hace ya unos años, pero esa es otra historia, y será contada en otra ocasión. Bien, pues pongámonos a buscar vuelos, porque cuando empiecen a salir vuelos a España van a salir primero los afectados por las fuertes nevadas y luego los afectados por la huelga. No se puede cambiar el destino, inexorable como el de la vida misma, sólo podemos cambiar la fecha; de sábado a jueves; seis noches y siete días viviendo en el aeropuerto.

La huelga se ha acabado; busquemos vuelos: las compañías se aprovechan de la situación y los precios de los vuelos a España se incrementan exponencialmente; mientras busco en mi portátil, los demás intentan buscar otra solución. 40 € por persona, no está mal... Comprar! Oh, vaya, la página ha caducado, bueno, otra vez... Oh, ha subido a 75 €, cambiemos de buscador de vuelos: Rumbo.es, de Londres a Sevilla, sigue siendo caro. Pues vayamos a París y cogemos un tren a Sevilla. No, es mucho camino... Vamos a Portugal, que salen antes, claro, pues a España están saliendo los prioritarios que fueron afectados por el temporal, y no queremos estar hasta el jueves aquí. Vuelo Londres – Faro, “Estamos buscando el vuelo más barato entre más de 30 compañías aéreas, gracias por su espera” decía la página. Qué amables son. 6.000 € un jodido vuelo para cinco personas a Faro, que Dios baje y vea esto porque no sabía si descojonarme o dejarme caer en el suelo repleto de convulsiones. Pero sube Nathalie, Dios bendiga América, con buenas noticias, nos han cambiado el vuelo a Faro gratis, y sólo tenemos que esperar de sábado a Lunes, aunque fuese un cambio de destino que cinco minutos antes nos dijeran que era ilegal, pero poco me importa después de ver tantos ceros en Rumbo. Al fin suben con el “billete”; era un número de reserva apuntado a bolígrafo Bic por el reverso de uno de nuestros billetes del vuelo cancelado a Sevilla. La madre que parió a Ryanair, pensé que nos estaban tomando el pelo.

Durante nuestra estancia en Gatwick, conocimos a unos salmantinos que llegaron a estar ocho días en el aeropuerto, les pilló el problema del clima y el de la huelga. El karma se equivoca siempre de país (que sí, que lo dice Nach Scratch).

Una vez resuelta nuestra lucha contra el destino, nos aventuramos en el avión a Faro. Faro, en Portugal, un pequeño pueblo en el que nos aguardaban miles de extrañas aventuras. Tras lo ocurrido en aquel grisáceo y decadente pueblo de pescadores, llegué a la tesis de que el pueblo entero representaba una entramada y estúpida obra de teatro cuidada al detalle, donde nosotros éramos los protagonistas de un reality show típico de Telecirco, seguramente un plan del gobierno para aumentar el turismo bizarro. Pero no fue así. Fue real, y no los supimos hasta que, llegando a Sevilla, sucedió que no se nos informó de cámara oculta alguna.

Nada más aterrizar el avión en Faro desde Londres, cogimos el primer autobús del aeropuerto hasta el centro, donde se hallaba la estación de autobuses para salir a Sevilla. Y justo al llegar, la estación de autobuses está cerrando. Los autobuses siguen saliendo, pero no se pueden comprar más billetes hasta el día siguiente por la mañana. Conocimos entonces ya formalmente a un estrafalario y extraviado turista español que, como nosotros, fue arrastrado hasta Faro por las garras de Ryanair. Éste nos hizo compañía y puede verificar nuestra inverosímil historia.

Aquí empieza lo bueno. Como desesperados guiris, nos preocupamos cada vez menos por nuestro poder adquisitivo, y cada vez más por llegar vivos a España. Un taxista nos ofrece llevarnos hasta huelva por 75€, pero desaparece mientras decidimos en grupo, y entonces apareció Él. El taxista número veinticinco, posiblemente Satanás en persona, la encarnación del Mal, el vicio y la desdicha de la naturaleza humana personificada en un taxista medio ebrio, de piel oscura, ojos callejeros y barriga cervecera. No la barriguita cervecera española, que a veces tiene hasta su gracia, sino una barriga maligna y enfermiza, impura, amorfa, desdichada. Nuestro primer encuentro con el taxista número veinticinco fue breve pero intenso: nos dice que nos lleva a Huelva por 120 €, y que es el precio que todos los taxistas nos cobrarían. Claro que, por aquel entonces, ignorábamos que Él era el único taxista de Faro que conoceríamos. Se le notó un tono chulesco mientras, con su vomitivo aliento alcohólico, le contaba a un portugués cómo nos estaba tomando el pelo a nosotros, los guiris. Por suerte Leandro sabía algo de Portugués y le dimos la espalda. Parecía que si nos subíamos en aquel taxi, perderíamos con absoluta seguridad la vida.

De modo que nos acercamos a un hotel a tres manzanas, y le pedimos que llamara a la oficina de Taxis para pedirnos otro. Le pedimos, le rogamos al recepcionista que por favor no viniera el Taxi número veinticinco, que le eximiera de su tarea. Pero claro, como entonces resulta que Dios nos odiaba a muerte, pues envió al Diablo en persona a la puerta del hotel. Allí estaba, en la entrada, con el maletero abierto, y bastante mala hostia porque le esquivamos en la parada de Taxis donde nos ofreció sus servicios de chófer / secuestrador de extranjeros. Resulta, pues, que nos asustamos, porque no queríamos ir con él, pero habíamos pedido un Taxi, y optamos por decirle que no íbamos a cogerlo. No sabíamos que nos estábamos metiendo en aguas pantanosas. Nos exigió nada, diez euros, por hacerle venir desde la paralela con el taxi hasta la puerta del hotel y montar el numerito de abrir el maletero y exigirnos entrar, como si fuera un policía metiendo a unos vulgares criminales esposados en el coche patrulla. Al decirle que los diez euros los iba a pagar Peter McDowell, obviamente no con esas palabras, sus facciones mostraban su irritación, su furia contenida. Es una curiosa situación: una persona que en otras circunstancias podría no habernos caído tan mal, pero se creía que le estábamos vacilando o esquivando, mientras nosotros creíamos que él formaba parte de una red de taxistas secuestradores que tenía por afición ponerle los cojones de corbata a los turistas. Nos daba mal rollo, simplemente. Es de esas personas a las que no dejarías nada a su cargo si te pudiera llegar a afectar. Si nos imaginamos el pasado del taxista número veinticinco, vislumbramos un padre alcohólico, una madre obesa enganchada a Sálvame Deluxe, una infancia de abusos y palizas, drogadicción adolescente, y una pelea que acabó yéndose de las manos del taxista, asesinando al que fue su único amigo por el que merecía la pena vivir. El trauma que le provocó la vida no le dejó hueco en su conciencia para nada salvo un trabajo fácil, rutinario, pesado, y que sea tan automático y sencillo que se pueda llevar a cabo estando ebrio.

Volviendo a la historia, resulta que no hay más medios de transporte para salir de Faro, una vez eliminados los autobuses y los taxis. De modo que la solución, a la cual llegamos cerca de las cuatro de la madrugada, era esperar a que abriera la estación de autobuses al día siguiente. Pero necesitamos los billetes con un mínimo de dos horas de antelación a la partida del autobús, para poder subirnos al mismo. Y la estación abría a las 9, mientras que el autobús salía a las 10. De modo que a las cuatro y cuarto de la mañana, con una llovizna fina e intermitente, resguardados bajo un toldo agujereado cercano al McDonalds del cual aprovechamos el Wi – fi, y asfixiados por la escasísima batería del portátil, comprábamos por internet los billetes para cinco personas. De Faro a Sevilla por 18 € cada uno, algo más caro que el taxi, pero al menos con la seguridad de llegar sanos y salvos a nuestra patria. Introdujimos, en los 10 minutos restantes de batería del portátil, los datos completos de seis personas junto con mi cuenta bancaria y mi e-mail, todo escrupulosamente organizado para coger el primer autobús de la mañana. Tras aparecer durante una milésima de segundo un cartel con el letrero “Sus billetes han sido enviados a *****@trollmail.com”, la batería del portátil cayó; no obstante, cayó con la gracia y el orgullo de un héroe con el trabajo bien hecho.

Entré a un hotel para imprimir los billetes desde mi correo electrónico, ofreciendo una modesta pero justa propina por el uso de su equipo informático. El recepcionista aceptó, aunque no de buena gana, y yo, apartando disimuladamente la vista de la página erótica que tenía abierta en el Mozilla, abrí una pestaña y llegué hasta mi bandeja de entrada. Le dí al botón de imprimir, con la sencilla esperanza de que algo saliera bien en aquel pueblo surrealista. Iluso de mí. “The printer doesn't work”, me dijo el amable (en comparación con lo visto) recepcionista. Quince minutos después, me dirigía al lapicero donde estaba el cúter para cortarme las venas, cuando la impresora hizo un ruido extraño y acto seguido inició la impresión. Dios me ama, pensé. Iluso de mí. Los ama a todos menos a mí, porque la muy bastarda ha imprimido todos los billetes menos el mío. Tras otros quince minutos de espera, donde transcurrió el mismo proceso de ilusión, decepción, desesperación y pensamientos suicidas, imprimió de nuevo todos los billetes, pero esta vez estaban todos. Por lo visto mis compañeros de viaje interpretaban mis caras desde la puerta del hotel, y no sacarían buenas conclusiones al principio, pero mi cara triunfal a la vuelta era unívoca: volvemos a España. Iluso de mí...

Como era ya tarde, y nuestro autobús salía en pocas horas, no nos rentaba dormir en un albergue, y nos tumbamos en un portal frío y oscuro, donde pasamos lo poco que quedaba de noche. Creo que fui el único que pegué ojo. Sin embargo, los planes de Dios no habían terminado aquí.

A la mañana siguiente, salimos del portal con el dolor de cabeza típico de no haber dormido nada en toda la noche, y el clásico ceño fruncido correspondiente al pensamiento de “estoy hecho una mierda, esto no es natural, mi cerebro no puede aceptar dos amaneceres seguidos sin descanso de la consciencia”, etc. Pues vamos a la estación de autobuses, esta vez abierta, y en la oficina nos dicen que los billetes que hemos comprado no corresponden a ningún autobús: ningún autobús sale a esa hora. Lo aceptamos resignadamente, pues estábamos hechos a la idea de morir en aquel pueblo. Pero ya hemos pillado la lógica de los timos: “hoja de quejas y reclamaciones”, exigió Antonio. La frase perfecta para que de repente, el autobús existiera; también los billetes funcionaban ahora. Pero a diferencia de nosotros, el Diablo nunca duerme, y por la noche había trazado el siguiente movimiento de las fuerzas del mal. Sí, tenemos billetes, pero no para el autobús Alsa de las diez, sino para el de marca blanca que sale a las 15.30, en una parada ajena a la estación de autobuses. Y eso no es todo...

Causalidades del destino, el taxista número veinticinco decidió aparecer en la puerta de la estación, mirándonos con cara de no haber pegado ojo en toda la noche mientras se le pasaban por la cabeza nuestras caras, una detrás de otra, para no olvidarnos jamás y jurarse a sí mismo venganza eterna. Pasé a su lado lo más rápido posible mirándole con el rabillo del ojo. Decide que es una buena idea escupir a mis pies. Hizo lo propio cuando pasaron por delante el resto de mis compañeros. Antonio, cuya paciencia se desborda tan pronto como la vejiga de mi abuela, le hizo un calvo al taxista, y su reacción de adulto maduro y responsable fue perseguirle dentro de la estación de autobuses y propinarle un buen guantazo con la mano abierta en la jeta. Delante de todos los policías, conductores de autobuses, transeúntes y gerentes de las compañías de viajes que se encontraban en la estación. El taxista se dio a la fuga. Tras una enmarañada explicación a un policía ciclista de lo ocurrido, nos miró con cara de decepción cuando le confesamos no saber el nombre del taxista número veinticinco. Lo sentimos, agente, por no haberle preguntado el nombre a un asesino en potencia. La verdad, no veíamos el momento. Quizás deberíamos habérselo preguntado cuando se estaba defecando en nuestros familiares la noche anterior, al negarle los diez euros que no se merecía. A lo mejor, el momento idóneo para saber su nombre fue cuando, a la mañana siguiente, murmuraba insultos sucios y malintencionados entre dientes, escupiendo el suelo por el que pisábamos. De hecho, agente, ojalá lea esto por alguna casualidad del destino, y se dé cuenta de cómo se ve la justicia desde el lado injusto. Si el nombre es algo tan indispensable para atrapar a una persona que ha estado expuesta a las cámaras de seguridad de la estación y del hotel más cercano durante las últimas veinticuatro horas, cuyo número de taxi conocemos y me temo que jamás olvidaremos, pues entonces será culpa nuestra.

Mientras tanto, los tejedores del destino tenían planes para Bea y Nathalie, el grupo femenino de nuestra piña: dos niñatos portugueses las piropeaban de forma grosera y sucia, algo que sentó mal a Antonio, el novio de Bea, quien les mandó callar con un gesto. Parece que Antonio no ha aprendido que la reacción portuguesa ante cualquier falta de respeto consiste en una agresión física. Esta vez, los niñatos tiraron una taza de café (yo tampoco sé de dónde la sacaron) en dirección a las niñas, y le cayó a Nathalie en la espalda. Luego, los graciosos de turno salieron por piernas.

Bueno, pues acudimos a la estación de policía, por lo del taxista, ya que el policía ciclista era demasiado inútil de la vida, y el jefe de policía, la primera persona hispano – parlante que conocimos en Faro, nos hizo olvidar nuestros problemas con una retórica infalible:

- Podéis denunciar, pero si él denuncia por la falta de respeto -sí, se refería al inocente calvo de Antonio- tendrás que venir a juicio a Portugal unas cuantas veces, cada cierto tiempo.

- Pero, ¿no vais a hacer nada? -dijo Antonio- ¿y si me lo encuentro otra vez por la calle?

- Sois más que él, podéis defenderos.

Maximum poker face. El jefe de la policía nos aconseja pegarle entre todos si nos lo encontramos. Gracias una vez más, sistema policial, por asegurar la integridad de nuestras vidas.

Cuando subimos al autobús, que, por supuesto, no era de la compañía que nos dijeron ni paraba en el lugar que nos indicaron, pero que iba a Sevilla al fin y al cabo, todavía desconfiábamos de lo que pudiera pasar. Intentábamos pensar en lo peor que podría pasar, pero nuestra mente, adormecida por el cansancio, el surrealismo, y la lánguida y malsonante lengua portuguesa, quería descansar. Me desperté en la estación de autobuses de Sevilla, y por fin pude reírme de lo acontecido. Mirando al techo del autobús, aunque mi intención era dirigirme a Dios, murmuré: ¿Te aburres ahí arriba?


- THE MOTHERFUCKING END -

martes, 5 de abril de 2011

Neuroscience

y dime, ¡¿cómo escoger las palabras para decirte que...?!

que el amor es una simple reacción química, que no existe ni el alma ni Dios, sólo el mundo, lleno de cuerpos, hambrientos de placeres y realización personal...

quizás debemos preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí sin darnos cuenta. Quizás debemos preguntarle al Dios de nuestro interior, el único realmente existente, cómo cojones experimentar la tristeza, en lugar de buscar una píldora que la cure. Porque (atención, mundo) no es una enfermedad. Es tan necesaria como la alegría. Dime, progreso, ¿cómo puedo experimentar el dolor de verdad si lo has eliminado?

porque, aunque no tenga ninguna razón para hacerlo, prefiero creer que cuando leo a Gorgias y se me pone el vello de punta, no es por los impulsos eléctricos de mi cerebro sino porque mi alma se eleva. ¿De dónde salen los impulsos que impulsan a los impulsos? Como siempre; la respuesta acertada es un proceso infinito al infinito, porque la nada no es nada, y nunca pudo existir nada antes que algo, luego ese algo que es el universo siempre ha estado ahí.

porque cuando no hay palabras para expresar el amor, no las hay. Ni poemas, ni flores, ni ositos de peluche, sino el más puro e intenso dolor en el fondo del corazón. Si no hay palabras, no las hay.

Y si no, dime, Dios, una sola ley universal del ser humano. Trátame como a un número, y te trataré como a un felpudo.

lunes, 7 de marzo de 2011

Un mundo feliz.

Aldous Huxley nos habla en esta obra, y con gran acierto, acerca de la naturaleza humana. Y no sólamente por perlas como ésta:
"Una de las principales funciones de nuestros amigos estriba en sufrir (en formas más suaves y simbólicas) los castigos que querríamos infligir, y no podemos, a nuestros enemigos".

También tiene un tema de fondo que particularmente adoro, y universalmente se caracteriza por lo hermoso de la complejidad, o la complejidad de lo hermoso: lo divino en lo humano. Lo bello, efímero, que hay en las pasiones. La soledad para disfrutar la compañía. El sufrimiento del desamor para sentir el amor. El dolor, para reconocer el placer. Es algo mágico, sensacional, que llevaba pensando un tiempo, pero nunca lo pude expresar de manera que inundase tan plenamente el alma como lo ha hecho Aldous Huxley.

Para entrar en el tema, ahí va una selección de la dialéctica que llevan a cabo John el Salvaje y Mustafá Mond, en el capítulo XVII.

"La producción en masa exigía este cambio fundamental de ideas. La felicidad universal mantiene en marcha constante las ruedas, los engranajes; la verdad y la belleza, no".

Ésta es la civilización futura:

"podemos ser independientes de Dios. El sentimiento religioso nos compensa de todas las demás pérdidas. Pero es que nosotros no sufrimos pérdida alguna que debamos compensar; por tanto, el sentimiento religioso resulta superfluo. ¿Por qué deberíamos correr en busca de un sucedáneo para los deseos juveniles, si los deseos juveniles nunca cejan? ¿Para qué un sucedáneo para las diversiones, si seguimos gozando de las viejas tonterías hasta el último momento? ¿Qué necesidad tenemos de reposo cuando nuestras mentes y nuestros cuerpos siguen deleitándose en la actividad? ¿Qué consuelo necesitamos, puesto que tenemos soma? ¿Para qué buscar algo inamovible, si ya tenemos el orden social?"

He de señalar mi aprecio particular hacia los símiles que establece la obra:

Por un lado, las similitudes de los personajes con personas reales, y la exposición crítica del pensamiento de éstas a través de aquellos. Archi, cantor de la comunidad, es una figura semi-religiosa basada en Canterbury. Bernard Marx se refiere a Bernard Shaw (uno de los pocos escritores sin censura de la antigüedad) y Karl Marx. Sarojini Engels es una referencia a Friedrich Engels. Y los llamados ejercicios malthusianos en la obra (que son métodos anticonceptivos), hacen referencia, obviamente, a Malthus y su famosa teoría sobre el crecimiento poblacional.

Por otro lado, mientras Huxley ataca el surgimiento de las actitudes socialistas y comunistas, también se opone a la sociedad consumista y capitalista. De hecho, los motivos finales son más fuertes que los anteriores: en la novela, el fundador legendario de la sociedad fue Henry Ford, el desarrollador de autos creador del sistema de la línea de montaje. La letra T (una referencia al Modelo T de Ford) ha reemplazado la Cruz cristiana como un símbolo casi religioso.

También aprecio enormemente las sentencias, las frases categóricas, tajantes, que suponen siempre un punto de vista crítico, aunque con tendencias pesimistas, también alentador, purificador. Como el siguiente:

"Actualmente, cualquiera puede ser virtuoso. Uno puede llevar al menos la mitad de su moralidad en el bolsillo, dentro de un frasco. El cristianismo sin lágrimas: esto es el soma."

Podría escoger todos y cada uno de los versos de este fantástico poema sobre lo humano, para representar la grandeza de Un Mundo Feliz. Me parecía demasiado descabellado destacar algún punto de la obra sobre otro, así que los he escogido rápidamente y casi al azar.

Creo que se puede relacionar en gran medida con mi pensamiento acerca de la diferencia entre belleza y utilidad, al que, tras leer esta obra, creo que merecerá la pena dedicar, al menos, una entrada.

Shakespeare.

Nada, sólo vivir
en el rancio sudor de un lecho inmundo, cociéndose en la corrupción, arrullándose y
haciendo el amor sobre el maculado camastro ...

¡Ella enseña a las antorchas a arder con fulgor!
Y parece pender sobre la mejilla de la noche
como una rica joya en la oreja de un etíope;
belleza excesiva para ser usada;
demasiada para la tierra.

Sobre España y los huevos.

La lacra de la sociedad española son los humoristas, que hacen elogio de nuestra actitud de cobarde con la boca grande. Y lo que hacemos en nuestra vida no es más que quejarnos, echar balones fuera, y no quejarnos. Nos faltan huevos. Y si los cómicos hacen burla de ello, nos reímos y lo aceptamos, "somos así". Pero al menos yo, que pienso que aceptarse a uno mismo tal y como es no es siempre la mejor opción, puedo alejarme y ver con ojo crítico lo que pasa. Y precisamente lo malo es que no pasa nada. Llevamos años, en este país, sufriendo unas cuantas razones de suicidio:
- Un partido de izquierdas que supuestamente ayuda a los trabajadores. Pero vamos a ver, ¿quién coño trabaja en España? Lo peor es que no todos somos tan vagos, es decir, que los no vagos son los ricos. Osea que la españa lógica, los españoles que tienen algo de sentido común, están tan hasta arriba de dinero que no influyen en la política, porque cualquier sueldo decente vale más que la dedicación política. El gobierno de España es corrupto e inútil. Y luego decimos "Zapatero, haz algo". Y seguimos a lo nuestro. No estamos dispuestos ni siquiera a renunciar a nuestro trabajo de economía sumergida mientras cobramos el subsidio de paro, por supuesto, para realizar una huelga en condiciones. Sí, nos faltan huevos.
- Unas leyes de dudosa moralidad y que necesitan un amplio debate público, que nos son impuestas sin votación alguna excepto la de los partidos mayoritarios. Vamos a ver, ¿somos gilipollas? No, porque estoy estudiando una carrera y si resulta que yo también soy subnormal, pues me meto al narcotráfico y dejo de perder el tiempo. Pero bueno, como no soy una familia de gitanos ni una adolescente embarazada, las leyes que no me afecten me resbalan. Egoísmo del malo es lo que tenemos aquí, en lugar de, como mencioné anteriormente, huevos.
- Unos precios abusivos por parte de las compañías aéreas, de la luz y del gas, de las estaciones de servicio (por si acaso: gasolineras), de las compañías telefónicas (es decir, Telefónica), de los talleres de reparación, de la SGAE, de la vivienda, del transporte público... La lista sigue, pero no estamos dispuestos a plantarle cara a nuestra empresa, que también cobra precios abusivos, porque estamos muy cómodos en nuestro "puesto" de funcionario en el bar, o en nuestra oficina esperando a que nos echen para cobrar la indemnización. Sí, nos faltan huevos.
- Una educación, ante todo, deprimente. Pero también cara, muy cara, y vendida al mercantilismo. Podría dar datos como que el 31,9% de los jóvenes no acaban sus estudios de secundaria, pero no quiero deprimiros. Al contrario, animo a todo aquel que lea esta parrafada, a que continúe sus estudios, a que aspire tener una educación decente, aunque se venda al sistema, aunque sea por la estúpida sensación de creerse mejor que ese 31.9%. Aunque pensándolo bien, quien no haya acabado la ESO, dudo que sepa lo que es un blog (toma generalización vasta).

Y sufriendo estas razones de suicidio, vivimos en ellas, nadamos en nuestra mierda, y lo que es peor: como quien está orgulloso de ser del Málaga C.F. porque es un equipo mas bien malo, y pone su orgullo ante su raciocinio para defenderlo*; nosotros estamos orgullosos de nuestra mierda. Quiero decir, ¿en qué universo, bajo la mirada de desaprobación del Señor, puede existir un español patriota? ¿Patriota porqué? Es posible que nos falte algo más aparte de huevos. Es probable que hayamos perdido el pensamiento. ¿Acaso lo tuvimos alguna vez?

*Sobre la actitud "ultra" y el absurdo de el enorgullecimiento de la pobredumbre, diré algo más adelante.

sábado, 12 de febrero de 2011

De pequeños no éramos felices, sino estúpidos.

No me refiero a que fuésemos felices por nuestra ignorancia, sino a que éramos estúpidos y sólamente estúpidos. Pues una vez que hemos crecido y usamos correctamente nuestro razonamiento, nos damos cuenta de dos cosas:
Primero que, en la mayoría de los seres humanos al menos, se da un progreso en cuanto a lo que intelectualmente se refiere. Tienden a madurar y aumenta su astucia, su responsabilidad y mejoran su habilidad de utilizar el pensamiento. Todo ello acompañado o implicando a un aumento, y este es el progreso más claro y perceptible, de la conciencia sobre el mundo y ellos mismos.
Por otro lado, la felicidad se persigue, no se consigue; y cuando se tiene no se es consciente permanentemente de ella, pues apenas dura unos pocos momentos. Digo esto en cuanto que sólo nos damos cuenta de lo felices que hemos sido cuando el momento de felicidad ya ha pasado; así ocurrió con nuestra infancia, y así ocurre en toda nuestra vida.
En conclusión, la felicidad no es felicidad, sino inconsciencia del mundo y las cosas, de la vida; en esencia, inconscientes. En este sentido fuimos estúpidos de niños, en cuanto que fuimos inconscientes, lo que hoy en día se entiende, erróneamente a mi juicio, por "felices".

Por otra parte he de señalar que, aunque otras personas se hayan dado cuenta, reflexionando, de que un modo de creer ser "feliz" es la inconsciencia, hay algo que empuja al ser humano a seguir siendo consciente, a no idiotizarse. Quizás por el miedo a ser menospreciado en la sociedad al vivir inconscientemente, o puede que sea que el destino del hombre no es ser feliz. Quizás es por el sueño ideal del
hombre, de ser feliz y consciente a la vez, que tanto hemos luchado por él que ya no queremos deshacernos de todo el camino andado y volvernos instantáneamente inconscientes, por orgullo de lo que hemos realizado buscando ser felices. En todo caso, son solo juicios, pensamientos, reflexiones que solo tenemos por culpa de nuestra consciencia. Si no la tuviéramos, y no la tuviéramos nunca, simplemente seríamos lo que hoy llaman "felices", y no nos preguntaríamos siquiera la causa de nuestra "felicidad".

A lo que he de añadir; siendo yo consciente, ¿puedo establecer un juicio sobre que la felicidad está en la inconsciencia? No, pero tampoco puedo, siendo inconsciente, establecer juicio alguno, por lo que estoy seguro de que siendo consciente y racional como en este momento, estoy pensando verdaderamente y, si no verdaderamente, al menos, estoy pensando, que es más de lo que podría hacer en mi inconsciencia.

Además he de decir que, si en algún momento algún adulto consciente ha llegado a creer que habia alcanzado la felicidad (por el medio de, por ejemplo: crear un vínculo familiar, criar a los hijos, tener un trabajo estable y tener tiempo para la reflexión y los disfrutes personales), no es porque sean estúpidos o inconscientes, sino por que no son "felices" de verdad. En primer lugar porque, como he explicado, no son inconscientes; por otra parte, porque estoy terriblemente seguro de que no es una "felicidad" como la que experimentaron de niños. Es una especie de alegría, normalmente intermitente, causada por la realización personal y espiritual, o al menos esto es en el ejemplo que he explicado. Y en este ejemplo, esto es lo más parecido a ser "feliz". Y ejemplos aparte, esta pseudo-felicidad es lo más parecido a la Eudaimonia griega, la alegría, el placer. De jápines.

jueves, 10 de febrero de 2011

Reflexiones sobre la guerra. El anarco-fachismo.

Quizás es sólo porque el ser humano quiere lo que no puede tener, pero quiero una guerra.

Una generación que no ha vivido una guerra, no valorará la democracia. Por eso nuestra generación está tan cabreada, es tan quejica y violenta. Necesitamos desfogar. Necesitamos un vacio legal para hacer lo que está prohibido, o lo que se considera malo.
Necesitamos hacer algo inhumano, para sentirnos humanos. Creemos que no tenemos límites, pero sólamente porque nadie nos lo ha establecido (¿leyes? ¿qué leyes? ¿hay alguien legal en el mundo, o es solo un ideal?); todos son mimos de nuestros padres, para que no suframos como ellos...
Antes se vivía más y mejor. No tenemos la sensación de gloria y de victoria de nuestros padres al ganar una guerra, ni el hundimiento en la humildad al perderla; no hemos tenido que luchar por un plato en la mesa para aprender a valorarlo.
Además a nuestro país en concreto le falta unidad; la única vez que se observa a España unida es en los mundiales de fútbol, y tampoco del todo. ¿Veis la energía que tienen los estadounidenses? ¿Está equiparada a su patriotismo, porque son un estado, y consideran al país como una causa para la lucha en la vida o en la guerra? ¿Es por eso que aquí somos tan vagos y poco trabajadores, porque no tenemos una causa por la que luchar? Desde este punto de vista se favorece el argumento, creo yo, del patriotismo y el desprecio que tienen los fachas hacia los rojos, considerando a éstos como pueblo pseudo-obrero, vagos, perezosos...
Estoy trabajando en un argumento que defienda la necesidad del "derechismo" en España, pues es evidente que hace falta mano dura. Y nada para unir más a un país que la crisis, para hacer renacer el ansia de imperialismo, y que sea imperialismo económico.
Siempre me consideré un anti-sistema, pero no puedo negar que como filosofía de vida, el pensamiento obrero deja mucho que desear, pues acabaremos todos siendo hombres-masa, como decía ciertamente Ortega. El "fachismo" te da una razón para vivir la vida en su plenitud, para alcanzar la cima, ser el mejor, ser recordado... y el "obrerismo" te deja en la mediocridad. El primero piensa en dejar atrás la escoria y plantar la bandera de tu patria en lo alto de la mierda que rodea constantemente al español medio. Pero el segundo no piensa en subir a la cima, sino hacer bajar a los que tanto han luchado por llegar hasta ella. Por supuesto, no pasaré al extremo de apoyar la tradición o el conservadurismo; estos son derivaciones políticas extremas que caben en mi pensamiento pero que no estoy dispuesto a compartir. Creo en un sistema rotativo, que todos saboreemos esa gran victoria sobre el mundo, que nadie muera desconocido.

Creo que, si no hay más guerras en el mundo, habrá que crearlas, o acabaremos todos locos.

jueves, 27 de enero de 2011

La tesis de la contradicción.

El ser humano es parte racional, parte irracional, y por tanto, y en suma, contradictorio. Necesitamos lo absurdo para vivir. Cuanto menos podemos poseer algo, más lo ansiamos. El primer ejemplo real que se me ocurre es la debilidad de la voluntad; este fenómeno consiste en que tenemos más razones para hacer X que para hacer Y, pero al final hacemos Y. Porque la carne es débil, como dice el evangelio. A parte de esto, os dejo a vosotros, juiciosos lectores, que observéis en el día a día los eventos de tal absurdo que encontráis en vuestra vida, y comprenderéis lo que digo. Todo aquel momento en el que influya algo más que lo meramente físico, pues este campo es predecible y lógico, tendrá algo de contradictorio en su conjunto, y si ahondáis en el tema, encontraréis algo de ilógico también en sus pequeñas partes.

Tenemos una relación de amor - odio con el cosmos; con las personas se explicita en mayor medida, pero también con las cosas, con los Dioses (los veneramos y luego cuando nos fallan los maldecimos) e incluso con nosotros mismos. Pero no todo es amor y odio, aunque sí en gran medida, pues el éstos mueven el mundo como todo lo demás que es discordante en esta vida.

Entonces, desde un punto de vista antropocéntrico; una ontología correcta ha de ser contradictoria. Un pequeño paréntesis: para justificar este paso de la antropología a la cosmología, me baso en una frase heraclítea. Heráclito reprocha al poeta que dijo: «¡Ojalá se extinguiera la discordia de entre los dioses y los hombres!", pues no habría armonía si no hubiese agudo y grave, ni animales si no hubiera hembra y macho, que están en oposición mutua.
Pues igual que a un pueblo vago y tramposo, que trabaja en economías sumergidas mientras cobra el subsidio de desempleo, le corresponde un gobierno corrupto; a una vida contradictoria le corresponde una idea del cosmos contradictoria, en contenido y en forma.
El problema de la filosofía era querer acoger la realidad caótica con una razón lógica: a partir de Hegel, podemos decir que ya no tiene ese handicap. Hegel es el todo complejo explicado desde la unidad más simple, una teoría universal de todos los modos de teorías filosóficas: ya el hombre, ya el mundo, ya Dios; todo se reduce a la tesis, la antítesis y la síntesis.

Dejando a un lado mi erección hegeliana, volvamos a la tesis: es por esto es por lo que nos planteamos tantas preguntas sin respuesta. Por esto es por lo que odiamos y amamos, reímos y lloramos; es la tesis heraclítea: si no hay contradicción, si no hay tensión de opuestos, entonces no hay energía, no hay altibajos. Y no conocemos otra vida que la de contrastes, aquella en la que la felicidad es el Bien Supremo porque es aparentemente inalcanzable, en la que el amor platónico es tal sólo cuando no existe como tal. En el fondo no queremos calma y disfrute, no es ésta la verdadera felicidad. Queremos depurar el alma mediante la tristeza, y que llegue la felicidad como una venida de Dios, una revelación divina que nos llene del placer espiritual verdadero: entender la verdad de lo lógico, sentir el amor de lo irracional, tras encontrarnos perdidos en el entendimiento y solitarios en nuestro corazón.

Y entonces, ¿qué nos queda por hacer en esta vida, si nada se puede hacer correctamente, es decir, de acuerdo con el cosmos contradictorio? Nos queda plantearnos estas grandes preguntas absurdas, llamadas planteamientos filosóficos, nos queda comprender la escasa lógica que hay en esta vida, pero también nos queda comprender lo irracional, no con la razón obviamente, sino con el corazón. Que no es tanto entender o comprender, entonces, sino sentir, amar y odiar. La actitud hacia la vida incoherente y disparatada no es otra que comprender el gran universo y experimentar los secretos paradójicos, es decir, las pasiones que esconde éste.

Igual que en el mundo hay res extensa que funciona con igual lógica que nuestra res extensa, el cuerpo; en el mundo hay res "sentiente", hay algo inmaterial, inmensurable por ciencia alguna, que funcionará, seguramente, como funcionan las pasiones en nuestro alma. La armonía contiene al caos, pues, si no, no sería armonía, quedando el caos fuera de ella: ha de contener todos los elementos y todos han de encajar. Heráclito lo decía ya: la tensión de opuestos mantiene el orden armonioso; el orden y el caos han de encajar como el amor y el odio, como el ying y el yang.

Además, esta contradicción es necesaria en la vida, igual que en la naturaleza. Necesitamos contrarios en nuestra vida, para alternarlos y diferenciarlos, para sufrirlos y luego disfrutarlos. Aunque sepa que la diversión es mejor que el trabajo, valoraré más mi tiempo de ocio si tengo tiempo de deberes. Y esta sociedad nace con derechos, tantos que eclipsan los deberes. Esta será seguramente una de las causas de nuestra infelicidad: no cumplimos nuestros deberes, nos rebajamos a recibir subvenciones y no trabajamos. Buscamos el constante e intenso placer, pero si nunca hemos sentido el constante e intenso dolor... no podremos disfrutar lo placentero en su plenitud. Si no satisfacemos nuestra dimensión práctica, además de perder pequeños momentos de placer que son exclusivos del deber, del trabajar, no podremos satisfacer la hedonista. Estos son los medios para el fin de la vida: ir rellenando lo más equitativamente posible las dimensiones del ser humano, para alcanzar, primero y en vida, las pequeñas dosis de felicidad que proporcionan éstos medios, y en el momento de la muerte práctica del hombre, la gran felicidad de haberlo hecho todo en la vida. Pero no es simplemente la felicidad, sino la felicidad con tristeza. No es una felicidad constante la que se puede hallar en vida, pues en vida somos aún caóticos, somos aún armoniosos con el cosmos. Quizás sólo en la muerte se alcance la eterna felicidad, pues allí no parece haber contradicción, esto es, en la nada. La nada es el vacío, por tanto, el vacío de vida y de contradicción, por tanto incognoscible por el hombre vivo y contradictorio. Así es como, partiendo del hedonismo y su relación con la dimensión práctica del hombre, a través de la tesis de la contradicción, se llega a concluir que el fin del hombre es la felicidad. Pero son infinitos los caminos para llegar a esta verdad.

Amigdalitis flemonosa

Estaba en el hospital pasando esta curiosa enfermedad la noche de Halloween, y me apetecía escribir pero no estaba inspirado. El delirio me llevó a empezar a escribir frases sueltas que se me pasaban por la mente, cuando me quedaba en blanco o no se me ocurría ninguna idea. Luego rellené los huecos entre estas palabras o frases, y así quedó:

Buscamos decir algo que... nos llene. Algo que nos ponga los pelos de punta, buscamos un equilibrio perfecto entre la poesía y la verdad. Porque lo racional es algo inmensurable, es jodidamente grande. Porque al entender una pequeña porción de la gran teoría, respiras hondo, abres tu mente, lo sientes, claro que sí, ahora más que nunca, la verdad te invade, las palabras salen solas, todo tiene sentido, y en el mismo instante en que la posees, se te escapa entre los dedos, porque es inmensa, celestial, inabarcable. Cuanto más creas que te acercas a la verdad, menos sabes. No conocerás nada nuevo, no conoces un número x de verdades, el conocimiento no funciona así; simplemente piensas, y vas dejando atrás cosas que ves pasar fugazmente ante tus ojos, las tocas, vuelves a suspirar, es mágico. Como para no volverse loco, en esta vida en la que nadie tiene lo que merece, en la que el objetivo de todo el mundo es siempre blanco o negro, a cada cual más estúpido. Personas que se creen, no sé, la verdad, ahora voy de "viva la mediocridad, somos nadie, moriremos así, pero quiero ser a la vez alguien, ser recordado, si no es por lo que hice bien, será por las enormes atrocidades que cometí, el día del juicio final estaba ocupado, estaba depre porque tengo un problema, no soy feliz, y nado, nado, nado en mi mierda hasta que me sepa a almíbar, porque es demasiado duro salir de ella y seguir adelante. Porque todo lo bello que fabriquemos en la vida no va a salir de una chistera, pero podemos amar lo bello, siempre, sólo unos pocos afortunados saben cual es la verdad. Te acabas aburriendo de todo, ningún subidón merece la pena si al final todo se equilibra de nuevo. Vuelves a la realidad, te miras al espejo, a los ojos, melancohólico, ¿quién soy?¿y ahora qué? la vida es demasiado dura para pensarla, voy a dormir, y cuando me despierte, dormiré despierto. Alabemos lo irracional, viva la relativización de todo, envidiemos al mundo, envidiemos a la gente honorable y verdadera, tanto que lleguemos a odiarla. Apedreemos la verdad, porque no podemos tenerla. Porque no aceptamos nuestras limitaciones. Crecimos con ideales y una educación que nos hizo creer que seríamos algo, alguien. Y cuando comenzamos a crecer, nos encontramos rodeados de nihilismo. Todo es mentira. Todo. No llegaremos a poseer la verdad, luego la única solución es mentir, adorar lo arracional, e interponernos en el camino de todo aquel que intente lo contrario. Busquemos la práctica por la práctica. Habladuriemos, el caso es morir habiendo dejado algo detrás. Y como no dejamos nada detrás por nosotros mismos, procreamos. Todo es egoísmo. Todo. Yo no he sido nadie, pero haré que mi hijo triunfe, y así yo triunfaré, porque yo le di la vida. Mi hijo luego, probablemente, será igual de egoísta que yo, y como fracasará, tendrá otro hijo. Porque solo los valientes mueren sin dejar rastro en la faz de la tierra. Porque la verdad no necesita hijos, no necesita vástagos, es pura, bella y racional, es ella en sí misma, flamante luz que ciega a los que no quieren verla. Solo los que se acercan más a la verdad, saben que perpetuar esta especie, que no consigue nada de lo que quiere, que nunca llega a ser feliz del todo, ni consigue saber toda la verdad, ni llega a ser perfecto, ni siquiera mediocre, es vacuo objetivo. Apenas se acordarán de mí, somos demasiada gente en esta tierra, y es un problema. Solo los más sabios dicen no serlo, ni ser perfectos, ni siquiera puedo afirmar que sea humano, y dime, ¿qué es el ser humano?


Todo, absolutamente todo lo que ves es mentira. Ladrillo a ladrillo, paso a paso, hemos construido una gran mentira: el mundo. La teoría puede ser verdadera o falsa, la práctica ha de ser buena o mala, moral o inmoral. No hay una práctica verdadera. Solo son falsedades; y por eso la gente la ama. Es tan sencillo; funciona o no... ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Me da igual; ¿son buenos los huevos?