Nos dieron la posibilidad de vivir ajenos a lo importante y trascendental, lo teleológico, ajenos al destino, a Dios, e incluso a uno mismo. Pero no podemos hacerlo. Nuestra generación es débil y relativa, y más se pudre conforme nos alejamos del pecado original, de esa encarnación de la vida, un sentimiento real, un pensamiento verdadero, inalcanzable desde nuestro insulso y neutralizado cerebro.
Nos dieron a elegir entre la verdad y la felicidad, entra bondad y maldad. Pero nunca escogimos solamente uno, porque ambos parecían razonables, porque se complementaban. ¿Qué es la felicidad sin haber sufrido la taciturnidad? ¿Qué es Dios, sin la nada, sin el vacío de sentido y la adolescente pérdida del horizonte vital? ¿Qué es un ateo sin un creyente? Normalidad, animalidad, sinrazón. Sin el pequeño atisbo racional intermitente dosificado diariamente, eso es lo que seríamos; Nada.
Cabe preguntarse, si pudiéramos pedirle explicaciones a Adán, si hoy día pudiéramos plantearle estas "evolucionadas" ideas, cuál sería su reacción. Esto lo voy a dejar a la imaginación del lector, pero me nombro portavoz de esta nuestra incomprendida generación.
Adán: Pero ¿quién nos dio a elegir entre los opuestos? Es absurdo... ¿quién tuvo la perversidad de obligarnos a escoger entre cosas que no sabíamos lo que eran? ¿Quién?
- Los tejedores del destino.
- ¡¿Hay más de un Dios?!
- Nosotros somos nuestros dioses.
Con la decadencia de la tradición y la moral cristianas, Dios ha bajado a la Tierra. En mi opinión eso no le quita su valor. Dios es ahora más divino que nunca, es igual de eterno y omnipotente, solo que ahora vemos que, lo que miles de motivados creyentes han visto en el cielo, en realidad se halla delante de nuestras narices. El Dios terrenal no tiene ventaja de plausibilidad respecto del otro: antes no podíamos discernir si Dios existía en el Cielo o sólo en nuestras cabezas. Hoy día la disyuntiva es, si todo lo mágico, etéreo, eterno, intangible, en resumidas cuentas trascendental, existe en sí, o bien son meras conexiones neuronales. En la medida en que nos trasciende, está a mi juicio no sólo en nuestros cerebros, también fuera. Creo en el holismo divino: el conjunto de creencias en lo intangible es irreductible a las creencias individuales: Dios es igual de grande creamos en él o no, porque es verdad, y la verdad es tal cuando no importa que creamos en ella, y sigue en pie. Dios es esa preciosidad de la Vida, y también su peor lado. Pero nos trasciende a todos y así ha sido, así será. Sigue habiendo cosas que no sabemos explicar, y siempre será así. Pero no deja de tener valor cultivar la razón, ese magnífico e inigualable instrumento en el que reposa nuestra capacidad de sobrevivir, como lo hace el vuelo en las aves o el veneno en las arañas.
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