martes, 31 de diciembre de 2013

Por las conversaciones genuinamente filosóficas. El arte como expresión del inconsciente colectivo.

- Creo que la poesía, igual que la música, dice lo que todos pensamos. La filosofía, por el contrario, dice lo que uno piensa, racionalmente. Aunque trate de abarcar algo colectivo, es una expresión en última instancia egoísta. En cambio, otras artes sirven para expresar algo sin necesidad de comprensión. Y por eso son artes libres. Libres de la imposición del ego. ¿Qué piensas tú?
- ¿Quieres decir entonces que las otras artes se expresan de un modo no - racional? ¿Opuesto a la filosofía? Creo que todas las artes son una representación del mundo de quien las crea, y que no se busca con ello que los otros comprendan. La filosofía, en cambio, busca solucionar algo, crear un sistema, digamos Hegel.
- Osea, que piensas justamente al revés que yo! :)
- Jajaja
- Pero Schelling o Heidegger (en realidad Gadamer, que es como el cuarto Heidegger) ven en el arte la nueva filosofía. En la poesía por ejemplo. Y lo ven como expresión subjetiva de algo objetivo. "Hay que interpretar el arte, dice Heidegger.
- Claro, ¿y no es lo mismo expresiones subjetivas de algo objetivo que representación del mundo?
- Pues sí.
- Y ¿estás de acuerdo con Heidegger?
- Él reclama una nueva forma de racionalidad que no deje de lado las artes. Reivindica nuevos modelos de verdad, la verdad del arte, de la historia. Verdades doquiera que haya movimientos dialécticos, en definitiva. Porque la dialéctica es subjetiva - objetiva, es alcanzar la objetividad desde la interacción subjetiva o intersubjetividad. Varias representaciones del mundo, por tanto, harían una cosmovisión compartida, lo que no es otra cosa que una definición de ciencia.
¿Recuerdas la frase de Hegel "comprender es comprenderse"? Creo que hay ámbitos del conocimiento objetivo - científico - académico que nos enseñan lo objetivo y en ellos nos vemos reflejados, e igual pasa con las obras supuestamente subjetivas, como el arte o la poesía. En esa medida hay que buscar la verdad en los dos caminos, no sólo la ciencia te va a enseñar. Así que aunque el arte genuinamente sea expresión de lo subjetivo o interior, luego cada cual lo puede aprehender con su noesis, y muchos experimentarán lo mismo. De ahí su objetividad, porque es una ciencia interpretable por todos. Habla sobre lo humano, igual que la ciencia, en la que todo remite al ser humano al final. Ambas nos enseñan cómo somos, ya sea por dentro, o por fuera, o en relación al universo o a dios. Todo lo que dice la ciencia, podría decirlo antes el arte. Esto lo expresa el adelantado a su tiempo, que exterioriza la esencia humana al poner su esencia en un producto artístico.

Feliz año.

Este año he sido feliz, al menos, la mitad del tiempo, y, así a ojo, triste la otra. Triste por mis nervios, mi sospechada bipolaridad, mi hundimiento emocional ante el mundo que me asusta, ante las miradas y cuchicheos ajenos (¡Ese es filósofo! ¡Debe tener un muy bajo concepto de sí mismo!), mi odio hacia mis defectos, mis años sin soltar una lágrima pero dolido interiormente. Vamos, como todos los años: cuando estoy jodido, pues estoy jodido. Pero el título es feliz año porque el balance es positivo, a pesar de mi -cada vez más ligero- equipaje dañado, extraviado, tacitúrnico.

Y si digo feliz año es porque este que se acaba ha sido así. Las razones de ello las he clasificado en tangibles y abstractas: las del primer tipo las enumeraré por respeto a lo que enuncian, pues si se explica o razona demasiado uno tiende a perder la razón, a simplificar demasiado y perder la auténtica perspectiva humana, con toda su riqueza, sobre las cosas. Éstas son Claudia, Álvaro, Gary, Pablo y toda la pandilla de Montpellier, la música que me pasó mi hermano al móvil, y el año de erasmus que ha hecho de mí un ser confiado. En último lugar pondría a Heidegger, que ha estado guay. Pero ahora vamos a lo que importa, a los cuentos, a las historias. Los hechos no hablan, meramente describen. Las historias, en cambio, no documentan, sino que te enriquecen como persona. El lenguaje es la casa del ser. Y mi lenguaje es, o al menos eso pienso, suficientemente completo para mi edad.

Mi 2013 se ha caracterizado por tres cosas. Una es el amor. La capacidad de amar, que desborda la de odiar y la de temer. El amor bien dirigido hacia todo hace la vida más agradable. Y cuanto más das, más puedes dar. Otra es la música. Este año la he mejorado mucho, y ha sido todo gracias a Álvaro, un gran amigo de la erasmus. La última es el deporte. El amor aúna así dos grandes pilares de mi vida, la guitarra y el taekwondo. Y el amor suele materializarse en cada acto diario, y encarnar mis palabras como reflexión anímica cuando escribo, ya sea doliente, sintiente, o viviente.

El amor. "And the more that I give, the more I like to give", cantaba un clochard de Francia. Bueno, tratándose de Francia, uno nunca sabe si se trata de un hippie o simplemente es pobre. Es curioso, a veces me expongo, saco afuera lo que me pasa por el fondo de la cabeza, digo algo más que lo que se suele decir, y la gente suele reaccionar violentamente. En el sentido de no dar una respuesta normal, sino que parece como si hubiera trastocado el ritmo de la conversación, porque ahora la respuesta no es inmediata sino que la gente ha de reflexionar. Han de pensar, bien para vetarme o tacharme de algo, bien para matizar, complementar o acompañar lo que yo digo. Tengo la sensación de que tengo un gran corazón, y cada día doy el 100% por extrovertirlo para cuidarlo y que crezca sano y fuerte. Este año he descubierto eso, y -¿casualidad que sea el 70 aniversario de El Principito?- que on ne voit qu'avec le coeur; l'essentiel est invisible aux yeux. Por lo tanto, hum, no hace falta explicar más, porque no con ello voy a decir más. También esto da que pensar, que mis amigas las palabras son un arma de doble filo, y son también enemigas del corazón en ocasiones puntuales. Pero, aunque a todo se le ponga nombre, hay nombres y nombres, y hay palabras que nombran lo innombrable, aunque sean impronunciables.

La música. Dicen que la voz es una de esas cosas que, bien usada como un instrumento, saliendo del alma y no de la cabeza, nunca decae, y es posible conservar y mejorar exponencialmente hasta ya muy entrado en años. Algo así decía Patrick Rothfuss en Crónica del asesino de reyes, que también ha de ser mencionado en el balance de mi año porque inclina mucho la balanza hacia el lado bueno. Una muy interesante reflexión sobre la música se lleva a cabo en los dos volúmenes publicados hasta ahora. Cómo tras la pérdida de un ser querido, o cualquier experiencia dolorosa -o tras el simple hastío de una media vida localizada, reprimida, con ansias de viajar y volar- la música te cura el alma. Y cómo llevar una canción en el corazón es un how - to - live; son dos cosas que plantea estupendamente el autor.

El deporte. ¿Por qué los españoles tenemos tanta afición futbolística? ¿Acaso es debido a que es usado como disuasión o evasión de la cruda realidad? ¿Acaso gusta sólo porque es una descarga de la ira de la conciencia colectiva? ¿Puede que sea usado como antaño lo fueran las carreras o luchas de gladiadores en el Imperio romano? En cualquier caso, teorías conspiranoicas -o al menos abstractas- aparte, el deporte mueve masas porque la gente ve en los deportistas esa fijeza en su mirada, ese porvenir decidido, esa realización de su destino que todos deseamos. Quiero ser como Beckham, pero sólo hay uno... Es por eso que en él me va la vida, es por eso que si Schumacher entra en coma, nos emocionamos. Y es normal: ellos son capaces de hacer aquello que los mediocres no han sido capaces. Un deportista es como un artista, es alguien que sacrifica su vida por hacer algo que le gusta. Y con el riesgo de practicar tanto que llegue a aborrecer la práctica en cuestión, se lanza sin más equipaje que su valor y su talento, a la aventura de salir del sistema capitalista y conseguir dinero por algo más que obedecer al mercado laboral. Es un osado porque, según lo que nos han contado, no busca una estabilidad económica hecha con el cálculo racional a que estamos acostumbrados. Es como el emprendedor que huele el negocio, y bien puede equivocarse y arruinarse.

Por ello, este fin del año 2013, levantaré mi copa a los músicos, a los deportistas, y a los que hacen de este mundo, con su vivir - amando - hacia - fuera, un lugar mejor.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Ey, Tere...

Fin de semana en Sevilla.

Me alegro de haberos visto, chicos, en serio, jo, qué recuerdos. Parece que llevara un par de semanas sin veros, que no me hubiera perdido nada.

Sevilla tiene un color especial, y ha sido fantástico hablar de nuevo y recordar viejos motes, además de poner otros nuevos. Cabrones. ¿Astronauta? ¿En serio? jajaja

Realmente todo el tiempo me lo he pasado bien, salvo por un momento en el que lo pasé genial.
Sábado, 22h. Llevamos bebiendo desde las 15h. Pablo me lleva hasta la zona de fiesta, lo que en Sevilla por lo visto equivale a patearse cuatro veces Málaga de arriba a abajo. Hablamos y caminamos y bebemos frenéticamente. Hablamos sobre las mujeres, bebemos por las mujeres, y caminamos hacia ellas. No necesariamente hablamos de aspectos positivos del amor, ni bebemos para celebrar lo bien que nos va. Pero sí caminamos decididos hacia alguna parte. No sé dónde, pero sé cómo caminar. Justo antes de llegar a Alfalfa, la zona de bares, nos sentamos a recuperar el aliento y el equilibrio en un banco, donde caemos en la cuenta del hambre que tenemos. En lugar de hacer algo al respecto, entramos rápidamente a conseguir otra copa dentro. Chupito flameado, al final. Nos damos la vuelta en la barra y hay dos chicas. Nos miramos.

- Vamos a pedirles que nos hagan una foto.
- Vale.
- Perdona, ¿nos podéis hacer una foto?
- Sí, claro - sonríe una.
- Pues venga.

La misma que respondió nos mira extrañada.
- ¿Y el móvil?
- ¡No, no con el vuestro!

Ríen, y lo hacen. Sonrío lo mejor / peor que puedo. Empezamos a hablar.
- Ahora ¿cómo nos etiquetáis?

Ríen. Se hacen las locas. Río.
- Bueno, ¿cómo os llamáis?
- Yo Sandra.
- Y yo Teresa.

A partir de ahí Pablo siguió su propia conversación con Teresa, y yo con Sandra. Pasados cinco minutos una de ellas fue al baño, otra se ofendió por algo que dijo Pablo, yo como buen pagafantas salí en defensa de Teresa, y ella lo apreció y me sonrió mientras me miraba con los ojos abiertos y llenos de vida. Desde entonces no pude quitármela de enfrente ni de la cabeza. Y dudo que lo pueda hacer tampoco esta noche, tres días después. 

Era un poco más baja que yo, de esta estatura que la miras y no notas que es más baja hasta que la tienes cerca. Pero entonces no te fijas en la estatura. Te fijas en que tiene unos ojos alegres y oscuros, una piel blanca aterciopelada que te estremece desde la boca del estómago hasta las caderas, unos labios carnosos pero no en exceso, eran perfectos, canónicos, miguelangélicos, no tenían una curva fuera de lugar. Tampoco era una sonrisa impoluta de anuncio, era la idea de labio que trasciende a todos los cánones estéticos epocales, a todas las modas, a todas las miradas y todas las cervezas que llevaba. Por encima de todo eso estaban sus labios. Qué cuello tan proporcionado, qué pelo castaño oscuro tan sexy, que caía por su cabeza como caen dos rocas en un derrumbamiento, pesado, firme, descomunal. Porca natura, que hasta cuando es malvada es bella y por ello la llamamos sublime. Qué cuerpo. Madre. Qué. Cuerpo. Eso era perfección, macho. Olvídate del pibón de discoteca que levanta todas las miradas. Olvídate del grupo de frikis que todavía salen a celebrar que una de ellas ligó el mes pasado. Esta chica era guapa, y las demás veces que alguien alguna vez dijo "guapa" mentía, porque esta era de verdad. 

Me gustaría decir que ahora entendía las canciones dedicadas a la belleza o al enamoramiento, pero no sería verdad, porque toda alegoría se quedaba corta. Le dije que era guapa sólamente una vez, aunque mi corazón volvía a proyectarlo hacia mis cuerdas vocales con cada pulsación, y si bien la palabra fue dicha una sóla vez, hice que se sintiera guapa con mi mirada, el tono de mi voz, el relajado vaivén de mis caderas alrededor suya. Quería derretirla, quería seducirla hasta que dijera basta, por favor, tómame...

Hablaba conmigo de las cosas como si hubiéramos hablado ya de todo lo superfluo que se suele decir. Estudiamos tal y cual cosa, vemos tal y cual tontería en la caja tonta o en internet, me gusta tu ropa... Después hablamos y hablamos de lo que de verdad importa, las tonterías. Las que la hacen reír, las que se sacan de la manga y en la cuerda floja has de soltar sin parar si quieres enamorar. Las que le hacen ver que eres un tío con sentido del humor; y quien sabe hacer el humor, sabe hacer el amor.

- Te invito a un chupito, has ganado la apuesta.
- Pero si hemos perdido los dos.
- Con más razón aún.

No podía pararlo, no podía, si dejaba de hablarle la perdería para siempre. Tenía que hacer y decir cosas, estupideces, no importa. Llevarla hasta la barra cogida de la mano, a pesar de que la suya se escabullía lánguida y pasiva entre la mía, fue un momento muy intenso. Apenas recuerdo pensar durante un sólo instante que esa noche no fuera a besarla. Era mi objetivo de la noche, del año, de mi vida, Dios qué labios..

- Ey, Tere...
- ¿Qué? - dijo con un tono neutro. Como se suele hacer para hablar en los sitios con "música", acercó lentamente el lateral de su cara a la mía. Su perfume invadió mi espacio olfativo con lo cual mis pupilas se dilataron, vi su medio - perfil y estaba igual o más preciosa si cabe. Desde todos los ángulos era una diosa. Desde el humano ya lo era; desde mi condición de eterno (y)errante, también. Pasaron dos segundos, tres, y yo no decía nada. Sólo la miraba así, desde cerca, respirándola, disfrutándola, contemplándola, desvelándola. Desvistiendo su sonrisa.
- ¿Qué? - repitió, ahora volviéndose hacia mí. Floash... Es el viento siendo moldeado por su pelo al realizar ese giro perfecto. El viento gime las gracias por ese roce tan sensual e impremeditado. Yo aún la contemplo desde esta nueva perspectiva unos segundos más porque cuando me mira a los ojos es como si me los clavase, porque me sonríe con ellos y me dice ven aquí, poséeme, no me dejes escapar, agárrame.

Pasión, ese es tu nombre.

- Así sí, mirándome sí. Quiero que me mires cuando te hablo, porque eres preciosa. Hablarle a tu oreja está bien, pero si me miras mola mucho más - sonríe. Las próximas tres o cuatro veces que le hablé hice lo mismo, esperar a que volviera la cara y hablarle mirándole a los ojos. Dios, iba borracho, y no quería olvidar ese flequillo, esos ojos, esos labios. Dios mío, qué labios. Tenía que besarlos.

- Vamos a por otro chupito.
- No, no, no, me supo fatal que pagases el anterior.
- Pues invítame.
- Ja, ja, qué cara más dura.
- Mira, de verdad que quiero invitarte, así que no quiero que "te de cosa".
- Pero es que es dinero, y...
- Es dinero. ¿Y qué? El dinero es algo súper vulgar, ¿lo sabías? Todo el mundo puede tener dinero - En cambio a ti, debí pensar para mis adentros... nadie te puede poseer, ¿no es cierto? Tú vuelas por encima de la gente y les ensanchas los pulmones y engrandeces sus corazones y ennobleces su espíritu, pero luego te escapas, ¿verdad? 

En algún momento de la noche decidí que Tere entraría a formar parte de la lista de chicas que quise y luego temí. Porque la quise. Quien crea que el amor es otra cosa, que venga y me lo diga, porque cuando conecté con ella lo hice desde el principio y continuamente. No iba cada vez mejor. Iba cada vez bien. Cada vez, cada respiración mía delante suya, era increíble, y sabía que la tenía... hasta que ya no creí que la tenía. 

Había un calefactor en modo Inferno encima de mi cabeza. No podía quitarme mi sudadera pues la camiseta térmica del decathlon que llevaba debajo no era demasiado adecuada para tirarle los tejos a nadie. Llevaba siete horas sin comer o beber más que cerveza, ginebra, vino y tequila. Empezaba a hacer calor como para cocerme en mi propia ropa, y aún así estaba de pie al lado suya; empezaba a entrarme un hambre descomunal, debilitante, y yo pensando que la había perdido. Pensando que, cuando me apartó la mano de mi mano, o me apartó mi cuerpo del suyo con el brazo, ambas acciones con la gracilidad y la fuerza de un perezoso colocado con bicodina, pensando que cuando hacía todo eso quería decir lo que hacía.

Y no. No, tonto. Estúpido. Maldito bastardo. Sus ojos dicen que sí, su mirada, su cuerpo entero, pero su brazo dice que no, su boca dice que no, y te achantas. Cobarde. Asqueroso infeliz, nunca serás feliz. Mírala. Lleva dos horas hablando contigo: te sonríe, juguetea con las piernas, pero no se acerca. Dice ven, pero no va. ¿Qué es lo que quiere entonces? Que vayas. Pues ve. Ve, coño, ve. No te quedes ahí plantado.

Pero ya era tarde porque la espiral de desconfianza había empezado. Borrachera, hambre, calor infernal, su brazo apartándome. Para colmo se me vuelve inaccesible: se sienta en la esquina de un banco en forma de L rodeada de sus amigas y whatsappea como una enferma durante veinte minutos. O puede que dos. Se me hicieron veinte mil. Eso fue el colmo. Porque claro, lo lógico era pensar, no quiere nada conmigo, he hecho algo que la ha espantado. Sí, y se exactamente lo que fue: pedirle perdón por haberla molestado, perder la confianza de golpe y decirle, lo siento, ya te dejo en paz, no me daba cuenta. Y dejar de hablarle. Eso fue lo que me imposibilitó: imposibilitarme.

En algún momento de la noche, decía, decidí que Tere entraría a formar parte de la lista de chicas que quise y luego temí. Porque el miedo a cagarla y perderla por esa noche superaba con creces al miedo del quedirán si le meto cuello y me mete una bofetada. Pero Dios, cómo añoro ahora que esa bofetada hubiera acaecido.

Me ha pasado ya, esto viene de lejos. Una vez amé y por no mover ficha la perdí. Por no perder una amistad que yo disfrutaba como si tuviéramos sexo diario, te perdí, Marta. Te dejé ir, más bien. ¿Acaso es culpa mía? No. Yo soy un chico tremendamente sensible. A la gente normal no le basta con la buena compañía de otro alma, quiere besar y hacer el amor. Pero yo tenía dieciséis años, y follar no era importante, sino estar contigo. Eso era amor de verdad, y no hacer el amor. Mi amor ya estaba hecho, no necesitaba (re)hacerlo más.

Me ha pasado ya, esto viene de lejos. Una vez amé tanto y moví ficha y encajó todo tan bien, que morí. Duramos dos semanas, siendo optimistas y contando desde el primer beso hasta el último, aunque puros sólo fueran dos noches. Dos noches, no se necesita más. Yo tampoco quería hacerte el amor. Te invité a mi casa, Marta (otra Marte, ¿vale?), pero sólo porque no había cenado, xD. No quería follarte. ¿Quién querría? Das una conversación estupenda, y yo soy pequeño, no soy virgen de chiripa. Yo no creía que el sexo pudiera ser asombroso. Yo pensaba en abrazarnos y darnos compañía y amor, y erradicar para siempre la soledad, la angustia, la desesperación y la nada que quedan tras una adolescencia que divagaba entre lo artificial y lo marginal. Y te quería tanto que te asustaste, o te cansaste, o quizás siempre te resbaló, pero yo sigo sin haber experimentado nada tan fuerte. Desde entonces tengo mucho cuidado al mover ficha, ¿sabes? Realmente no me he permitido enamorarme tanto otra vez porque tanto dolor, tanto dolor, no, yo no... 

Me ha pasado ya, esto viene de lejos. Pero nunca igual. Siempre elegí entre acurrucarme en mi zona de confort, no mover ficha e imaginar lo que podría haber sido, o meterle caña y llegar hasta el final. Nunca me lo han puesto tan difícil. Y nunca lo he querido tanto. ¿Sabes lo que pensé cuando llegué a esta conclusión? Que nunca había conocido a una mujer de verdad. Tú te haces querer. Juegas sucio, pero no se puede jugar limpio. Porque limpio del todo resulta inverosímil. Si no te adaptas a que todo es un juego, como todos dicen, corres el riesgo de buscar algo que no existe, morir solo o volverte loco. Si pasas de lo que la gente dice sobre follar, sobre las novias, sobre las mujeres... encontrarás en algún lugar un alma tan descarriada de la sociedad que te dará miedo por lunática. La vida es jodida, y jode. Pero esto es sólo una idea. Yo apenas he experimentado el amor, si acaso la falta de él. 

Me ha pasado ya, pero nunca, nunca jamás me pasó igual. Nunca me dijeron ven con el corazón y vete con los labios. Esos labios, Dios, qué labios.

Todo por no retenerte. Quería tenerte, Tere, y ya nunca te tendré.

Al cabo de veinte minutos, yo le contaba a Pablo que me había bloqueado por todas las excusas físicas. Pero no era verdad. Es decir, tuvo mucho que ver que tuviera hambre, calor, sed y agotamiento psíquico por ponerme al nivel de mi musa. Pero en el fondo de mi alma sabía que si tuviera determinación poco importaría que mi estómago se empezara a devorar a sí mismo. Con lo cual no, no era verdad. Es como si me faltara el aire, y puede que fuera por el calor, pero prefiero pensar que fue por el sentimiento de inutilidad que me ahogaba. No puedes dejarla marchar, no puedes. Lo pensé tan fuerte que aún hoy lo pienso. Tres días y tres polvos después, pero lo pienso continuamente. Arrepentimiento, melancolía, angustia.

Al cabo de veinte minutos, yo le mentía a Pablo con la verdad. Y justo entonces se levantó: 
- Mis amigas y yo nos vamos,- me dijo - ¡hasta luego! - y se fue.

Quería derretirla, quería seducirla hasta que dijera basta, por favor, tómame...

- Ey, Tere.
- ¿Qué?
Espero un segundo y ya había aprendido rápido: me miró y pensé bien, ya, ahora la tienes.
- ¿Ni siquiera me das un beso en la mejilla? - ni siquiera respondió. Se fue entre mucha gente.

No, tonto. Estúpido. Maldito bastardo.

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Lo mejor de todo esto es que he aprendido un montón de cosas que por respeto al tono taciturno del post no convienen ser expuestas aquí. Me siento invencible, puedo conseguir lo que quiera, y no hay palabras en mi cabeza (he de leer más) que no hagan sino desacreditarme, confundirme, quizás deconstruir este sentimiento hasta convertir algo inefable en meras palabras.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Fin de semana en Granada.

Granada es un municipio y una ciudad española, capital de la provincia homónima, en la comunidad autónoma de Andalucía. Está situada en el centro de la comarca Vega de Granada, a una altitud de 738 metros sobre el nivel del mar, en una amplia depresión intrabética formada por el río Genil y por el piedemonte del macizo más alto de la península Ibérica, Sierra Nevada, que condiciona su climatología.

Me la suda.

Este finde en Granada ha sido la polla y me ha restaurado mi fe en la humanidad. Y poco importaba lo bien que me sienta el frío (el frío de verd*d, coño, no la puta h*medad). Era la gente, eran las personas, las cercanas que daban eso que llamamos la intangible energeia, y las del extrarradio, las personas meramente contextuales que con su presencia, cariño y ambiente continuos consiguieron crear un clima idóneo para el estudiante.

Día primero.
Llegada, abrazo, tapeo, reencuentro. Me encanta des - armar las palabras: re - encuentro, repetición de un encuentro de psychés anterior, vuelta a lo mismo, a eso que siempre ha estado ahí, porque siempre ha estado ahí. Esa era la parte que todos esperábamos. Un abrazo largo y alegre efusividad progresivamente decadente hasta la partida, efusivamente triste. Eso era lo que esperábamos. Lo lógico, vaya. Y si pudiera describir con palabras cuánto me equivoqué, lo escribiría a sangre y fuego. Porque un reencuentro no es sólo volver a ver, es volver a conectar, es un momento enérgico, excitante e inefable en que tenemos a varios niveles una conversación. Primero están las palabras, y, bueno, ya saben, luego lo demás, lo in - nombrable. Vamos, que no se puede etiquetar. Porque si decimos espiritual, somos místicos, y si decimos de qué constó materialmente, somos reduccionistas. Y yo pienso que siempre hay algo más.

Y había otra cosa. Reencuentro y recuerdo. Re - cuerdo. Re hace tiempo que dejó de estar cuerdo, pero eso no viene al caso, porque cuadricular la diferencia entre cordura y locura es casi como definir el amor. Y si puedes definir, el odio o el amor... 
Como decía, recuerdos. Jo, qué momentos. Siempre he pensado que aquel verano fue un arma de doble filo. Por un lado, el lado más cómodo, fue el mejor verano, increíble. Por otro lado, fue in - creíble. Vamos, que no se puede creer. Como si fuera de mentirijilla, como si no encajara con lo que nosotros somos ahora mismo. No, ahora hacemos otro tipo de humor. Hacer el humor, como hacer el hamor, son artes que van a la par de la vida de la persona. Según cómo seas y cómo estés, los haces de una forma u otra. Disfrutando lentamente de ellos, o recreándote, o más efusivamente, o, en algunos casos, con la mirada perdida en otra parte. Con ese eterno pero en el cielo de la boca que desea salir. Porque aquí es cuando se me queda la mirada perdida y pienso, valga la redundancia, ¿qué perdimos? ¿Por qué no podemos repetir el nivel de awesomeness de aquél verano? ¿Acaso la vida nos ha vuelto más amargos o amargadxs? Prefiero pensar que nuestro humor se ha vuelto más realista, y por tanto más sostenido. El éxtasis que conocimos aquél primer verano fue único precisamente porque fue único, y por tanto me alegro de que pasara, y me alegraría que todos pasáramos con él.

Presentación, guitarreo, paseo, guitarreo, arroz. Conozco a Javi, que me pareció un chico estupendo desde el primer momento. Sensible, inteligente y gracioso. Luego a Miguel que, bueno, es Miguel. Es majo. Música, música y más música, maestro. Ana toca como Paco de Lucía, Ali canta como... bueno, canta estupendamente. Iba a decir como mi abuela en sus tiempos mozos, pero no tenemos pruebas de que fuera tan buena como Ali. Un paseo por Granada que me des - cubre cosas nuevas. Vamos, des - velar, levantar el velo de ignorancia que cubría aquello que desconocía. Más tarde me encantó cocinar para ellos, y lo volveré a hacer.

Tertulia. Vosotros, tertulianos, que tejéis el universo sin saberlo, inspirando a los geniales chicos que os rodean cada noche, transmitiéndoles valores que agradecería haber encontrado antes... Vosotros, tertulianos, me habéis robado el corazón, y pronto estaré allí para recuperarlo. Atravieso el bar con cierta pausa, cierto respeto, de puntillas, no vaya a ser que el torpe ruido de mis zapatos levante miradas condescendientes, temas de conversación banales. Y de repente, paf, la inseguridad se esfuma porque sólo disfrazaba mis ganas de aprender. Puedo volverme tonto, loco y pobre. Pero jamás perderé mi curiosidad. El día que la pierda, dejaré de ser yo. Y esta noche la habéis excitado como a un clítoris insaciable. Perdón por la vulgaridad de la metáfora. Y entonces estaba yo, hablando con esas personas que minutos antes eran daimones, al menos, sino dioses. Ésos son mis ídolos, mis dioses. Que con mucha amargura recuerdo viniendo a Málaga, pues caigo en la cuenta de que en esta nueva estratosfera de pescaíto frito y biznagas, esas personas son locos, dandis, colgaos, personajes, motivaos (este es el que más me jode; ¿os escucháis cuando insultáis?), frikis, o incómodos de ver. Como un estudiante de filosofía, o uno de musicología. O una chica que quiere ser directora de cine. O gente que persigue sueños de verdad mirando su interior y no se queda admirado con las sombras de la caverna. Gente que ha probado la verdad, y no puede resistirse nunca más al dulce momento en que parece que la has alcanzado y al darle la vuelta a la esquina no hay nadie, y sonríes mientras miras cabizbajo al suelo y niegas con la cabeza. Será puta la verdad. Una puta verdad es que los jóvenes de hoy día lo que tienen es falta de carencia. Me quedaré con eso.

Día segundo.

Re - saca. Vamos, que vuelve a sacarte la bilis del hígado. Hasta que guitarreamos, luego empecé a beber a media tarde y por fin fuimos al conciertazo de Tatamka. Ttk estuvieron increíbles a pesar de que no les conociera, y botamos y bebimos como cabrones. Después conocí a otra oleada de gentuzas, descarriados, inconformistas, melenudas, caderas, labios rojos, sexys y, en fin, más de lo mismo de cualquier noche, de no ser porque bailamos como veinte canciones maravillosas. Estupendérrimas, fantabulosas. Me quedo con Molinos de viento, de Mago, increíble. Cerramos la noche con pizza y bronca, pero si no hiciéramos eso, no seríamos estudiantes. Luego apaciguamiento extremo en la habitación de Javi, con un espécimen que no sé si es que iba muy borracho, o es así de entusiástico y efervescente siempre, o es que dejé de beber dos horas antes de acostarme y empezaba a ver las cosas de otro color. O puede que las tres cosas, pero me pareció excesivamente ardoroso.

Día tercero.

Guitarreo y re - re - saca. Vamos, que me levanto a las tres de la tarde y como si me hubiera pegado el madrugón del siglo. Me pongo a hacer pastel de manzana pensando, verás tu cuando den las doce y despierte a estos con un pastel en cada mano, qué contentos se pondrán. Inocente de mí, no sé de qué va Cronos pero me la ha jugado en sueños. Y con esta jugarreta antes de que me de cuenta me hallo en la parada del bus, dándole un abrazo no tan efusivo pero sí cariñoso, amable y tranquilo a Ali. Tranquilo porque estoy en paz, ya puedo seguir, llevaba mucho tiempo sin veros y ha sido fantástico. Increíble pero repetible. 
Inolvidable. In - olvidable, vamos que nunca lo olvidaré.