jueves, 26 de enero de 2012

Originalidad.

Hace tiempo, una muy querida amiga mía me dijo que no se podía ser enteramente original. En su momento le dí la razón, porque parecía teóricamente imposible. Pero la práctica de la vida y la lógica inefable que ésta contiene, me han hecho ver las cosas de otra manera. Si crees que algo es imposible, es porque no lo has intentado lo suficiente.

Intentaré describir cómo creo, en mi cada vez menos humilde opinión, que he conseguido ser, sino original en el sentido más común, pues implicaría ser y aparentar ser diferente a todo el mundo -y esto es un error-, original al menos en mi raíz humana, especial en mi manera de combinar razón y corazón, y sobre todo único en mi actitud frente a la vida.

Antes que nada he de perfilar mi noción de prejuicio. Prejuicio es etimológicamente lo que existe antes del juicio. Hay prejuicios que el ser humano adquiere por costumbre y son útiles para su supervivencia y para progresar en su día a día. Hay, por el contrario, prejuicios que adquirimos por no profundizar en la cuestión hasta darnos cuenta de que no lo podemos saber desde el enfoque que le hemos dado. Es una costumbre ruin y mezquina del hombre de hoy: parece que tengamos algo mucho más importante que hacer que pensar. Y es que hay que seguir adelante, por supuesto, y si uno se para a preguntarse tantas cosas como debería, al final se queda parado del todo. Pero cabe preguntarse, si sigo adelante sin saber la verdad, ¿de qué tullido, lisiado e infeliz modo voy a seguir adelante? En cambio, si a través del reposado conocimiento reflexivo llego a la verdad, será una razón para caminar con más fuerza. En definitiva, y dejando ya de lado la rama por la que he trepado sin querer, no es bueno dejar a la razón de lado, subordinarla a la vida, sino centrarse, con no poco esfuerzo casi inhumano, en la búsqueda de la verdad, para encontrar los cimientos

Hace ya dos años que eliminé todos los prejuicios perjudiciales que podía albergar. ¿Cómo? La admiración socrática, que deja perplejo a aquél que, creyendo conocer algo perfectamente, se da cuenta de pronto de que lo que ignora es más grande que su conocimiento. Y es que, al conocer, los campos de tiniebla e ignorancia crecen en proporción a los de luz y sabiduría. Pero avanza la persona, como todo abstracto, delimitando su totalidad como un ser que comprende lo que ignora y lo que conoce.

Existe para mí una humanidad, y lo que somos se identifica con lo que nos hace iguales, nuestra base. También la cultura forma parte del ser humano, pues lo forma como personalidad, pero no hay diferencias estructurales en la cultura. No, no es que la globalización me haya introducido este ideal; cada pueblo tiene una intrahistoria propia e innegable. Pero precisamente por eso, todos somos iguales en lo que somos idénticos; y todos somos distintos en lo que nos diferencia. Porque a todos nos diferencia lo mismo. Puede parecer un juego de palabras. Confieso que soy un poco travieso, y estoy jugando con el lenguaje, pues en realidad no existe una manera de razonar que todos somos iguales sin decir a la vez que cada uno es distinto a los demás. No hay truco ni forma de establecer que todos somos exactamente iguales. Pero sí existe una práctica, (lo demostraré luego, cuando concluya mi simposio sobre la originalidad) y es la perplejidad en que Sócrates dejaba a sus interlocutores cuando paseaba por Atenas y les formulaba preguntas hasta que reconocían que no sabían nada sobre lo que decían saber todo. Y encima, -¡manda huevos!-, el muy suavón de nuestro personaje de cuya existencia no quiero acordarme, tras hacer quedar como un auténtico idiotés al interrogado, se cruza las manos a la espalda y, mirando al horizonte le explica: No, pero a ver, que "yo solo sé que no sé nada". No es suficiente humillación que se te desmoronen tus creencias en público, sino que ha de hacértelo ver el que se considera el más ignorante. No me extraña que lo condenaran a muerte. Se ve que la verdad nunca se ha vendido bien.

Suelo irme por las ramas, ya me conocéis los asiduos (gracias, ¡mil gracias!, sois el anárquico montón de escoria social con el que más me identifico), así que volveré al grano. Tras socratizarme mediante preguntas y más preguntas sobre lo que sé de verdad, quedé casi vacío. Es en este momento donde uno está más en la cuerda floja. Ha de poner uno todo su empeño, como si le fuera la vida en ello, porque de hecho le va, en construirse a sí con cimientos sólidos e inamovibles. Es sencillo porque tras borrar todo lo que no es verdad, tras eliminar todo contenido relativo o situacional, lo único que queda, lo restante a esa introspección aniquiladora, es la pureza.

No simplemente algo puro, sino pureza, como lo más natural. Se tarda mucho tiempo -¡y más preguntas! ¿Os imagináis que hubieran acabado?- en formarte una concepción de qué es lo natural, pues es fácil responder rápidamente con un todo, pero hay que ver la evolución humana como sistema consolidado que acepta y rechaza ideas en función de si encajan o no con los principios de dicho sistema, y estudiar esa armonía principial que es donde reside todo el saber del hombre, para observar qué es natural. Así, cuando se ha eliminado todo lo que no es en sí mismo, es decir, lo relativo; el rescoldo que queda es lo que tiene más intensidad de Ser, es la raíz del ser humano, es el sólido acero sobre el que, al ser verdad, podemos echar nuestras raíces. Estas cosas son pocas, y ya se han estudiado mucho en la tradición occidental: el mundo, el hombre y Dios.

Pues a lo que voy, es que si uno ha limpiado lo suficiente su mente de prejuicios que impidan la entrada de conocimientos verdaderos, puede empezar a construir sus creencias desde estos tres pilares que acabo de citar, y de modo completamente original. Pues se parte de lo más básico, lo que nos une, lo que no puede ser de otra manera (que no es susceptible de originalidad porque sino no sería natural ni humano), y se modifica al mismo tiempo a uno mismo en la medida en que puede. Dado que su raíz ya está enterrada en el sitio correcto, el tronco será todo lo original, especial, magnánimo y divino que pueda ser. A esto me refería con que todos somos iguales y cada uno distinto en la práctica: no soy completamente original en teoría pues implicaría todos los caracteres que forman una persona (ir desnudo, llevarle la contraria a toda la humanidad -y para ello conocerla-, etc. Sin embargo puedo ser todo lo original que me permite mi raíz humana, formándome cada concepto y cada idea desde su principal átomo (los pilares ontológicos tradicionales) a mi manera. Esto es, al fin y al cabo, completamente original. He creado conceptos originales, digo, poniendo en relación aquellos tres pilares, entre sí y con la vida humana y mi poca pero ya vasta experiencia intelectual y vital [Creo que todos hemos vivido mucho y suficiente para aprender a vivir, pero pocos nos paramos a reflexionar como para darnos cuenta de lo mucho que ha pasado ante nuestros ojos sin que hayamos reparado en ello ni extraídole un usufructo intelectual]. A modo de ejemplo, en estos próximos meses, años o vidas, escribiré con mayor o menor frecuencia sobre mi -un tanto especial e intrincado concepto de Dios-. Quizás finalmente le dedique un simple artículo, pero será sólo ]porque aunque escriba cientos de ellos, hay una parcela de la idea que, quizás porque pertenece a la fé, quizás porque me queda algún irreductible prejuicio galo resistiendo todavía y siempre al invasor, resulta que no lo puedo explicar. Llega un momento en que, como dice Nach;

Calla la razón,
cuando habla la verdad.

A modo de postdata, he de añadir un pensamiento que me surge siempre que una conversación que he tenido degenera en un post para el blog. Me llaman la atención al principio unas palabras, entabladas normalmente con uno de aquellos que me acompañan en mi paseo por la existencia terrenal, por un hecho que no alcanzo a descifrar. Este hecho es que tiene algo de verdadero que se puede descubrir con concienzudas reflexión y escritura. Gracias, Isa, por hacerme caer en el error. Lo que comenzó siendo una tertulia sobre la originalidad me ha hecho ver más allá y definir (bueno, más bien delimitar un poco más) mi concepción de verdad, de Dios y además esta noche dormiré como un bebé.