miércoles, 3 de junio de 2015

Adiós.

La constancia siempre ha sido un problema en mi vida. En mis viajes siempre empiezo colecciones, pero cuando llego a otro sitio, me llama la atención una piedra (Niza) o la jarra de un bar (Montpellier), y al final, lo que tengo es un conglomerado de cosas sin patrón alguno, algo que las instituciones podrían denominar Síndrome de Diógenes del trotamundos, pero que yo prefiero denominar colección de colecciones inacabadas.

La constancia siempre ha sido un problema en mi vida. He empezado un diario bastantes veces, pero luego se me olvida o me hago olvidar, si acaso, yo mismo, porque no he tenido ninguna experiencia tan trascendental como para ser escrita en un montón de hojas sin tradición ninguna. Con lo cual, decido dejarlo sólo para los días especiales. Pero luego, los días especiales estoy demasiado ocupado disfrutando como para reducirlo a simples y planas palabras.

La constancia siempre ha sido un problema en mi vida. He sido, o al menos, pretendido ser, escritor, diseñador gráfico, empresario, ingeniero, médico, bombero, repostero, aviador, cantante de pop, filósofo, piloto de motocicletas, mecánico de motocicletas, costalero, albañil, calafate, alfarero, actor, actor porno, cámara del porno, doble de actor porno, fotógrafo, florista, crítico de cine, bibliotecario, catador de vinos, de aceite, de vírgenes...

La constancia siempre ha sido un problema en mi vida. Ahora no, porque ella es constante. Porque es valiente, porque no tiene miedo, y eso me enseña lo que yo soy. Cuando somos continuos, cuando somos uno, sé lo que somos. Dos locos, dos hitos, dos arrecifes que se encuentran en el abismo. Dos metáforas bailando el intrépido, sensual y controvertido ritmo del jazz.


La constancia siempre ha sido un problema en mi vida. Ahora no, porque ella es constante, como no era de esperar. Sin embargo, luego, se marchará, porque se marchará, y entonces la pensaré y la pensaré, y notaré que ha dejado un hueco, un vacío, un hito, una locura. Porque tienes un corazón que no te cabe en el cerebro, y por eso te llaman loca. No vas a pasar de un lado al otro de la eterna continuidad sin detenerte a recoger la miel de las flores. No vas a pasar un sólo dia de tu vejez lamentando las cosas que no hiciste. Y eso, sí, eso, es lo que yo quiero ser.