martes, 2 de diciembre de 2014

Verdad como repetición

- La verdad es la repetición natural de una sentencia.
- Pues sí.
- ¿Cómo que sí? Dime que no, o que no lo entiendes, sino esto se acaba demasiado pronto.
- Vale vale, no te pongas así, cuéntame, voy a hacer de tu otro yo.
- Ay, pero no lo llames así, ¡que parece que estoy loco!
- ¿Lo parece?
- ¡Calla, ideputa! Y no mientes más la locura, que es tema escuro y trillado...
- ¡Cómo se nota que lees el Quijote, ¿eh? *sonríe con picardía*
- Sí, bueno, jeje, es un acto de voluntad persistente, y quiero que todo el mundo lo sepa *se sonroja, da botecitos con la cabeza y ríe frenéticamente*
- Bueno, ¿qué coño me ibas a contar, o te ibas a contar, o...?
- ¡Coñó! ¡Es verdad! Mira, es una cosa que se me ocurrió en una situación muy muy graciosa..
- ¿Ibas fumao verdad?
- ¿Te quieres callar?
- Pero si ya lo sé, ¡si soy tú!
- ¡Tú no eres naide! ¿Y si lo sabes, pa qué preguntas? ¡Déjame contar mi maravilloso descubrimiento filosófico!
- Va, va...
- Bueno, pues sigue tal que así...

[...]

La verdad no es más que la repetición. Pero es una repetición diferente de la mentira.
En principio partimos de cómo se produce el conocimiento. Esto ya lo dijo Hegel, y fue años después de leerlo cuando llegué a la conclusión, por lo que deduzco que tardé bastante en entenderlo bien. En el mundo hay subjetividades. Cuando dos cosmovisiones o formas de ver el mundo se enfrentan, tienden a poner lo común. Poner ahí lo común es comunicar el conocimiento sobre el que estamos de acuerdo. Es un principio básico para comunicarnos fluidamente con otro ser humano, que nuestras cosmovisiones no sean muy diferentes, pero entre los dos seres humanos más remotos de la Tierra, entre un señorito sevillano y un indígena de Papúa Nueva Guinea, pueden ¡con todo! entenderse y hacer algo común. Pueden sonreír al mismo sol, pueden señalar objetos y entender que uno le llama piedra y el otro toc. Pueden cocinar algo juntos, compartiendo gustos por la buena comida, e incluso dejar a un tercero atónito con su vestimenta; digamos, a un malagueño.

Además, pueden tener diferencias. Mientras el segnoritus sevillannus común está buenamente acostumbrado a creer en un dios cristiano, personal y, sobre todo, bien vestido, el pappuanus de la tribu de los Vanuatu cree fervientemente en un dios tribal, guerrero y poderoso que se halla en todas las cosas que le rodean. A ambos les puede gustar el fútbol, aunque el sevillano defienda el maravilloso Betis Balompié y el papuano no tenga ni idea de qué alimento sea la Champions League (a veces la comunicación no dá para más).

De modo que cuando uno dice un enunciado sobre el mundo real, como "el sol es bonito", llegan a la conclusión de que eso es verdadero. Cuando dos subjetividades se juntan, construyen el conocimiento repitiendo lo que el otro ha dicho. Cuantas más subjetividades se junten, de mayor calidad será el conocimiento, porque abarca más puntos de vista, oséase, un contexto más amplio. Entre dos personas se pueden poner de acuerdo en que "el sol es bonito", pero cuanto más personas se pongan a pensar sobre el mismo tema, de mayor perduración a lo largo del espacio (en el mismo tiempo) y del tiempo (en el mismo espacio) será el producto. Por ejemplo, a medida que la cantidad de subjetividades aumentase, la sentencia evolucionaría de la siguiente manera.

A (Papuano): "El sol es un dios omnipotente muy bonito que transmite calor y fecundidad a la Tierra"
B (Sevillano): "El sol es un astro precioso que se halla en el centro de nuestro sistema solar"
Síntesis de A y B u Objetividad: "El sol es, y es bonito".

A cuantas más subjetividades metamos en el proceso, mágicamente, surgen, no más verdades, sino de mayor calidad, perduración y validez objetiva y universal. No sólo eso, sino que cada subjetividad se ha empobrecido necesariamente para dar a luz lo objetivo. Es innegable que el conocimiento que poseían antes sobre el mundo ha disminuido en cantidad, porque ahora conocen que lo esencial que une a las subjetividades, aquello que podrían defender hasta la muerte, no es que el sol sea ese dios ni esa preciosidad luminosa, sino que es, al menos, y es bonito. Cada uno deja de lado una creencia porque aquello que repiten entre sí es más acertado que lo que no.

La síntesis de A y B será algo que tanto el papuano como el sevillano estarán dispuestos a defender como verdad. Por tanto constituye otra tesis, como decía Hegel, o mejor, lo común de esas cosmovisiones particulares, aunque para ellos constituye algo intachable. Pero eso tan común, verdadero, objetivo y eterno puede ser tumbado.

Al entrometerse otra subjetividad puede poner en duda el concepto de sol que tenían. Por ejemplo, un teórico del arte podría decir que no está de acuerdo con que el sol sea bonito porque la belleza es relativa a la cultura, y no puede hablarse de la objetividad de la belleza. Por tanto la frase quedaría reducida a "El sol es". Con el tiempo, los grandes observadores de la realidad, los científicos, amparados en los años de acumulación de conocimiento, de cruce de subjetividades y de empobrecimiento de subjetividades, descubrirían que el sol es algo que hemos decidido llamar "estrella", que es un astro de ciertas características, que se halla en el centro de nuestro sistema solar, que se halla a una temperatura altísima porque sino, dada la distancia a la que se halla de la Tierra, sería imposible que nos llegara su calor, etc. Todo esto ha sido el resultado de un proceso de empobrecimiento de subjetividades (culturas en torno al sol como dios, como demonio, como la madre de todo, como una trama publicitaria de McDonald's -sí, la subjetividad de un paranoico también es verdad, aunque sea sólo para él-) en favor de una construcción de objetividades, porque queremos ponernos de acuerdo. Esto es importante: queremos ponernos de acuerdo en qué sea verdad.

El problema es que conforme queremos definir qué sea verdad para unas mentes blanditas como las nuestras, el sentido de verdad hay que despegarlo de lapas como lo verosímil, lo infalible, lo efímeramente verdadero e incluso lo falso. Y aquí entra mi otro punto. La mentira. La mentira es estructuralmente lo mismo que la verdad: la repetición de una cosa. Al papuano le parecía verdad que el sol era un dios omnipotente hasta que se cruzó con el señorito sevillano. Porque en la tribu donde nació le repitieron una y otra y otra vez que eso era así. Pero esto ocurre porque el contexto científico de occidente está más desarrollado que el de Papúa, ya que la cantidad de subjetividades puestas en común para formar conocimiento ha sido mayor a lo largo de su historia que en el caso de los papuanos. El proceso se ve mucho más claro si ponemos en común dos subjetividades del mismo continente; que ya de por sí es difícil poner de acuerdo en sus ideas sobre la realidad, a un europeo mediterráneo con un noreuropeo. Un italiano puede haberse repetido mil y mil veces que lo esencial para conocer el mundo son los sentimientos y los sentidos, y un finlandés puede estar convencido de que lo crucial es la infalibilidad del conocimiento racional. Tras poner en común sus subjetividades, pueden llegar a la conclusión de que la sensibilidad es importante porque sólo a través de ella conocemos la experiencia de la cual sacamos conclusiones racionales, y de que a la inversa, la racionalidad es importante porque con ella podemos abstraernos y predecir qué va a ocurrir en la realidad y por ende, en nuestra sensibilidad. Esto es una negación de sus anteriores cosmovisiones y un enriquecimiento de la durabilidad de su conocimiento.

Ahora bien, ésto no les supone ningún esfuerzo. No es más que pensar, y pensar es "lo menos que se puede hacer con una cosa", "una cosa que casi no parece tal" (O. y G.). Nos es natural sacar estas conclusiones. Sin embargo es un esfuerzo de voluntad tremendo mentirnos a nosotros mismos. Por eso convencernos de cosas que resultan en principio ajenas a la razón es algo que sólo se puede hacer repitiéndonos constantemente que algo es así. Creer en dios es un acto de voluntad porque la razón por sí sóla llega a la conclusión de que hay algo misterioso en el universo, muchas cosas misteriosas de hecho, pero no de que ese algo misterioso es el principio creador y que responde a todas las preguntas. La posibilidad de que dios exista es algo verdadero, pero el creer que sí es un acto volitivo, por eso es creer y no saber que existe. Por eso lo natural es la tendencia a la verdad. Por eso hay algo que llamamos bagaje científico y que aceptamos como nuestro cuando otras generaciones humanas lo han hecho por nosotros, y para nosotros y los que vengan. Porque es más fácil y liviano repetirse una verdad que una mentira. Por eso conforme pasan los años la mente te pesa menos. Sobre todo si no te has empeñado en definir entre los 15-25 qué has sido y qué vas a ser el resto de tu vida. No lo sabes, pero la incertidumbre te mata. Tienes que saberlo. Y como no lo sabes, te esfuerzas en mentirte, en contarte historias de realización personal. Simplemente no lo sabes, entre otras cosas porque no sabes el futuro, y saber esto es natural. Yo no sé qué voy a ser, y eso me deja inquieto, con ganas de moverme todos los días, de hacer cosas, de crear espontáneamente todo tipo de arte y pensamiento. Eso me deja la mente ligera para que pueda concebir cualquier experiencia nueva como tal, y no como una mera repetición de lo mismo, y de lo mismo, y de lo mismo.