- La verdad es la repetición natural de una sentencia.
- Pues sí.
- ¿Cómo que sí? Dime que no, o que no lo entiendes, sino esto se acaba demasiado pronto.
- Vale vale, no te pongas así, cuéntame, voy a hacer de tu otro yo.
- Ay, pero no lo llames así, ¡que parece que estoy loco!
- ¿Lo parece?
- ¡Calla, ideputa! Y no mientes más la locura, que es tema escuro y trillado...
- ¡Cómo se nota que lees el Quijote, ¿eh? *sonríe con picardía*
- Sí, bueno, jeje, es un acto de voluntad persistente, y quiero que todo el mundo lo sepa *se sonroja, da botecitos con la cabeza y ríe frenéticamente*
- Bueno, ¿qué coño me ibas a contar, o te ibas a contar, o...?
- ¡Coñó! ¡Es verdad! Mira, es una cosa que se me ocurrió en una situación muy muy graciosa..
- ¿Ibas fumao verdad?
- ¿Te quieres callar?
- Pero si ya lo sé, ¡si soy tú!
- ¡Tú no eres naide! ¿Y si lo sabes, pa qué preguntas? ¡Déjame contar mi maravilloso descubrimiento filosófico!
- Va, va...
- Bueno, pues sigue tal que así...
[...]
La verdad no es más que la repetición. Pero es una repetición diferente de la mentira.
En principio partimos de cómo se produce el conocimiento. Esto ya lo dijo Hegel, y fue años después de leerlo cuando llegué a la conclusión, por lo que deduzco que tardé bastante en entenderlo bien. En el mundo hay subjetividades. Cuando dos cosmovisiones o formas de ver el mundo se enfrentan, tienden a poner lo común. Poner ahí lo común es comunicar el conocimiento sobre el que estamos de acuerdo. Es un principio básico para comunicarnos fluidamente con otro ser humano, que nuestras cosmovisiones no sean muy diferentes, pero entre los dos seres humanos más remotos de la Tierra, entre un señorito sevillano y un indígena de Papúa Nueva Guinea, pueden ¡con todo! entenderse y hacer algo común. Pueden sonreír al mismo sol, pueden señalar objetos y entender que uno le llama piedra y el otro toc. Pueden cocinar algo juntos, compartiendo gustos por la buena comida, e incluso dejar a un tercero atónito con su vestimenta; digamos, a un malagueño.
Además, pueden tener diferencias. Mientras el segnoritus sevillannus común está buenamente acostumbrado a creer en un dios cristiano, personal y, sobre todo, bien vestido, el pappuanus de la tribu de los Vanuatu cree fervientemente en un dios tribal, guerrero y poderoso que se halla en todas las cosas que le rodean. A ambos les puede gustar el fútbol, aunque el sevillano defienda el maravilloso Betis Balompié y el papuano no tenga ni idea de qué alimento sea la Champions League (a veces la comunicación no dá para más).
De modo que cuando uno dice un enunciado sobre el mundo real, como "el sol es bonito", llegan a la conclusión de que eso es verdadero. Cuando dos subjetividades se juntan, construyen el conocimiento repitiendo lo que el otro ha dicho. Cuantas más subjetividades se junten, de mayor calidad será el conocimiento, porque abarca más puntos de vista, oséase, un contexto más amplio. Entre dos personas se pueden poner de acuerdo en que "el sol es bonito", pero cuanto más personas se pongan a pensar sobre el mismo tema, de mayor perduración a lo largo del espacio (en el mismo tiempo) y del tiempo (en el mismo espacio) será el producto. Por ejemplo, a medida que la cantidad de subjetividades aumentase, la sentencia evolucionaría de la siguiente manera.
A (Papuano): "El sol es un dios omnipotente muy bonito que transmite calor y fecundidad a la Tierra"
B (Sevillano): "El sol es un astro precioso que se halla en el centro de nuestro sistema solar"
Síntesis de A y B u Objetividad: "El sol es, y es bonito".
A cuantas más subjetividades metamos en el proceso, mágicamente, surgen, no más verdades, sino de mayor calidad, perduración y validez objetiva y universal. No sólo eso, sino que cada subjetividad se ha empobrecido necesariamente para dar a luz lo objetivo. Es innegable que el conocimiento que poseían antes sobre el mundo ha disminuido en cantidad, porque ahora conocen que lo esencial que une a las subjetividades, aquello que podrían defender hasta la muerte, no es que el sol sea ese dios ni esa preciosidad luminosa, sino que es, al menos, y es bonito. Cada uno deja de lado una creencia porque aquello que repiten entre sí es más acertado que lo que no.
La síntesis de A y B será algo que tanto el papuano como el sevillano estarán dispuestos a defender como verdad. Por tanto constituye otra tesis, como decía Hegel, o mejor, lo común de esas cosmovisiones particulares, aunque para ellos constituye algo intachable. Pero eso tan común, verdadero, objetivo y eterno puede ser tumbado.
Al entrometerse otra subjetividad puede poner en duda el concepto de sol que tenían. Por ejemplo, un teórico del arte podría decir que no está de acuerdo con que el sol sea bonito porque la belleza es relativa a la cultura, y no puede hablarse de la objetividad de la belleza. Por tanto la frase quedaría reducida a "El sol es". Con el tiempo, los grandes observadores de la realidad, los científicos, amparados en los años de acumulación de conocimiento, de cruce de subjetividades y de empobrecimiento de subjetividades, descubrirían que el sol es algo que hemos decidido llamar "estrella", que es un astro de ciertas características, que se halla en el centro de nuestro sistema solar, que se halla a una temperatura altísima porque sino, dada la distancia a la que se halla de la Tierra, sería imposible que nos llegara su calor, etc. Todo esto ha sido el resultado de un proceso de empobrecimiento de subjetividades (culturas en torno al sol como dios, como demonio, como la madre de todo, como una trama publicitaria de McDonald's -sí, la subjetividad de un paranoico también es verdad, aunque sea sólo para él-) en favor de una construcción de objetividades, porque queremos ponernos de acuerdo. Esto es importante: queremos ponernos de acuerdo en qué sea verdad.
El problema es que conforme queremos definir qué sea verdad para unas mentes blanditas como las nuestras, el sentido de verdad hay que despegarlo de lapas como lo verosímil, lo infalible, lo efímeramente verdadero e incluso lo falso. Y aquí entra mi otro punto. La mentira. La mentira es estructuralmente lo mismo que la verdad: la repetición de una cosa. Al papuano le parecía verdad que el sol era un dios omnipotente hasta que se cruzó con el señorito sevillano. Porque en la tribu donde nació le repitieron una y otra y otra vez que eso era así. Pero esto ocurre porque el contexto científico de occidente está más desarrollado que el de Papúa, ya que la cantidad de subjetividades puestas en común para formar conocimiento ha sido mayor a lo largo de su historia que en el caso de los papuanos. El proceso se ve mucho más claro si ponemos en común dos subjetividades del mismo continente; que ya de por sí es difícil poner de acuerdo en sus ideas sobre la realidad, a un europeo mediterráneo con un noreuropeo. Un italiano puede haberse repetido mil y mil veces que lo esencial para conocer el mundo son los sentimientos y los sentidos, y un finlandés puede estar convencido de que lo crucial es la infalibilidad del conocimiento racional. Tras poner en común sus subjetividades, pueden llegar a la conclusión de que la sensibilidad es importante porque sólo a través de ella conocemos la experiencia de la cual sacamos conclusiones racionales, y de que a la inversa, la racionalidad es importante porque con ella podemos abstraernos y predecir qué va a ocurrir en la realidad y por ende, en nuestra sensibilidad. Esto es una negación de sus anteriores cosmovisiones y un enriquecimiento de la durabilidad de su conocimiento.
Ahora bien, ésto no les supone ningún esfuerzo. No es más que pensar, y pensar es "lo menos que se puede hacer con una cosa", "una cosa que casi no parece tal" (O. y G.). Nos es natural sacar estas conclusiones. Sin embargo es un esfuerzo de voluntad tremendo mentirnos a nosotros mismos. Por eso convencernos de cosas que resultan en principio ajenas a la razón es algo que sólo se puede hacer repitiéndonos constantemente que algo es así. Creer en dios es un acto de voluntad porque la razón por sí sóla llega a la conclusión de que hay algo misterioso en el universo, muchas cosas misteriosas de hecho, pero no de que ese algo misterioso es el principio creador y que responde a todas las preguntas. La posibilidad de que dios exista es algo verdadero, pero el creer que sí es un acto volitivo, por eso es creer y no saber que existe. Por eso lo natural es la tendencia a la verdad. Por eso hay algo que llamamos bagaje científico y que aceptamos como nuestro cuando otras generaciones humanas lo han hecho por nosotros, y para nosotros y los que vengan. Porque es más fácil y liviano repetirse una verdad que una mentira. Por eso conforme pasan los años la mente te pesa menos. Sobre todo si no te has empeñado en definir entre los 15-25 qué has sido y qué vas a ser el resto de tu vida. No lo sabes, pero la incertidumbre te mata. Tienes que saberlo. Y como no lo sabes, te esfuerzas en mentirte, en contarte historias de realización personal. Simplemente no lo sabes, entre otras cosas porque no sabes el futuro, y saber esto es natural. Yo no sé qué voy a ser, y eso me deja inquieto, con ganas de moverme todos los días, de hacer cosas, de crear espontáneamente todo tipo de arte y pensamiento. Eso me deja la mente ligera para que pueda concebir cualquier experiencia nueva como tal, y no como una mera repetición de lo mismo, y de lo mismo, y de lo mismo.
Alicia muchas veces habrá podido ver a un gato sin sonrisa, pero nunca a una sonrisa sin gato. "Siempre llegarás a alguna parte si caminas lo bastante". El gato de Cheshire.
martes, 2 de diciembre de 2014
domingo, 1 de junio de 2014
Creo que nunca he publicado poesía. No voy a empezar ahora.
Te quiero. Y no se porqué, pero te
quiero. Tengo esa sensación de alivio de cuando has terminado de
llorar, pero no he soltado una lágrima en meses, ¿por qué será?
He vivido, olvidado y bebido más allá de lo contado, de lo
acontecido pero jamás he sido arisco, pocas veces he mentido. He
sangrado, ya cansado, tu amor muchas veces. He visto tantas fotos que
me hacen enloquecer, que poco a poco pierdo el hilo de eso que
llamaba yo mi vida y ahora me encuentro, sólo, ante un silencio
vacío que me estremece. / Lo que daba por sentado era que había
nubarrones, pero pensé que se irían cuando le echara cojones.
Cojones, que no se van, que no se quedan, acechan siempre al miedo
cuando menos te lo esperas. Creo que la gente de verdad está en los
bares, en las calles, las paradas de bus, las raves, y cuando yo
estoy ahí metido fusilando al enemigo, cuando estoy perdido entre
mis charcas y mis hilos, tejiendo una vida que ya no pudo ser en
alguna parte, entonces, sueño contigo. Entonces, pierdo el alcance,
de aquel romance que ganó mi cumbre, y perdió su servidumbre, ganó
en alumbre, perdió en tangible realidad, ganó una medallita que no
sirve pa fundir en plata. / Más tarde todo pareció distinto, unas
veces blanco, otras tinto, de bar en bar barría los restos de mis
copas, y buscando alguna loca perdía la sintonía. No hay borracho
sin olvido ni fumeta sin dolor, no pienso que le gente haya perdido
su color, no creo que el amor se haya olvidado, creo que aquello en
que la gente cree, es por lo que ha luchado. Si lo perdiera, si lo
dejara, si lo forzara a ahogarse, a rebelarse en silencio, en mis
entrañas, jodería pues la madre que me parió un día en el mundo y
al verme dijo sí, este va a ser todo lo que yo no pude. / Así me
convertí en la persona que soy, con un pie en cada mundo voy, no
pierdo la fe en que algún día, entre la pereza y la melancolía
encuentre la felicidad, vaga iluminación desde el fondo de mis vidas
anteriores, seguro que las hubo peores, inquisición, guerra santa,
maldición, fogones, ahora voy, a vivir a la ciudad de las artes,
mírame, antes decías que no sería capaz de superarte. / Así me
convertí en la persona que soy, las comparaciones son odiosas, por
eso con mis propios deseos me bato, si acaso acato, de vez en cuando
la voz de la razón para no perderla, pero al rato, me odio a mi
mismo si no paro de obedecerla. / Así me convertí en la persona que
soy, voy, con un hemisferio en cada convoy, uno es el tren a
Feeladelphia, el otro son cowboys, de la lógica, la muerte
cerebral, el día de hoy.
viernes, 11 de abril de 2014
Realmente ilusionado.
Ocurre pocas veces en una corta existencia. Se da como los arcoiris, como esos momentos en que la felicidad invade cada poro de tu piel. Se prepara el terreno para algo mágico, increíble, astronómico. Una alineación de planetas, un cisne negro. Una mirada cruzada desde una punta a otra de la discoteca, abriendo un camino entre la gente como Moisés, una mirada sostenida durante largos minutos, silenciando la música, subiendo la luz, sonriendo con todos los dientes de la boca, respirando tan hondo y tan fuerte que crujía.
Son los pequeños detalles los que te hacen saber que estás en el camino correcto. Son instantes que despiertan la mente dormida, que recuerdas como relámpagos iluminando el momento; pero tan fácil como se imagina uno que puede ocurrir, se lo des - imagina. Pequeñas señales, me refiero, es decir, no las puedo, no las quiero explicar, desmembrar, deconstruir, racionalizar más. Si la nombro, si digo aunque sea sólo una palabra, tendré que decir otra más al instante, y otras muchas, y todas ellas a la par, porque si no, no lograría transmitir el sello con el que la idea se afianza en el espíritu. Esa intuición fortísima que te dice que va a ocurrir, que no está lejos, que la vida es un milagro y está llena de ellos. Que cada instante es dulce, intenso y bravísimo en algún sentido.
Tengo que dar, ahora sí, el 110% y ser todo lo original y bella persona que pueda. Me lo debo y poco a poco lo iba consiguiendo, sé ahora que el camino que sigo es correcto, aunque siempre tiré por varios senderos a la vez para no equivocarme. Ahora tengo que marchar rápido y confiado hacia la cima, porque sólo sacando lo mejor de mí estaré a su altura. Shh, es un secreto, si digo un nombre, puedo gafarlo!
Son los pequeños detalles los que te hacen saber que estás en el camino correcto. Son instantes que despiertan la mente dormida, que recuerdas como relámpagos iluminando el momento; pero tan fácil como se imagina uno que puede ocurrir, se lo des - imagina. Pequeñas señales, me refiero, es decir, no las puedo, no las quiero explicar, desmembrar, deconstruir, racionalizar más. Si la nombro, si digo aunque sea sólo una palabra, tendré que decir otra más al instante, y otras muchas, y todas ellas a la par, porque si no, no lograría transmitir el sello con el que la idea se afianza en el espíritu. Esa intuición fortísima que te dice que va a ocurrir, que no está lejos, que la vida es un milagro y está llena de ellos. Que cada instante es dulce, intenso y bravísimo en algún sentido.
Tengo que dar, ahora sí, el 110% y ser todo lo original y bella persona que pueda. Me lo debo y poco a poco lo iba consiguiendo, sé ahora que el camino que sigo es correcto, aunque siempre tiré por varios senderos a la vez para no equivocarme. Ahora tengo que marchar rápido y confiado hacia la cima, porque sólo sacando lo mejor de mí estaré a su altura. Shh, es un secreto, si digo un nombre, puedo gafarlo!
jueves, 10 de abril de 2014
La inspiración.
Estoy agotado. La rutina, diaria, me vacía. Los desórdenes, apalabradas, se mezclan. Y es por una causa muy sencilla todo esto en realidad.
Maldita sea la estupidez, infinita en el ser humano, que nos ha dejado en este destierro, en este andén abandonado, en este arcén que es la sabiduría práctica. En cuanto buscas algo que se desvíe de lo básica y auténticamente humano, descarrilas. Dejas de apuntar a lo importante y te centras en lo real, en lo causal, material, formal, da igual, final, fatal: madurar hacia lo conformista es cosa de tontos. El mundo que merece la pena es entendido con los sentimientos, intuiciones fuertes y una pizca de razón, pero hay que domar a esta última. Nunca me prometí a mí mismo ser fiel a nada, o ser auténticamente yo, simplemente me perjuré adaptarme para encontrar mi hueco allá donde fuera en esta vida, y eso caduca en cuanto uno se queda en un lugar, cuando uno deja de apuntar alto, cuando ya no importa si un párrafo es más largo que otro, y se cede con el nerviosismo ante todos los pasos que da la inspiración. Es una escritura más amarga porque no estás escribiendo plenamente con todos los sentidos activos. Antes escribir era un orgasmo mezclado con un brote psicótico, ahora es todo un ceda-el-paso a la inspiración. Si viene en verso, versemos, si viene en prosa, paseemos. Recuerdo un momento en que era el amo de mis sentimientos, pero ahora flotan a mi alrededor como moscas esquivas que zumban, burlonas, y la inspiración llega intermitentemente y casi siempre maltrecha. Agotada por el viaje. Agotada porque no me abro. Cada experiencia debe ser máxima, esta norma no sirve. Este es el error. Cada experiencia debe ser, no más: hasta ahí debes saber.
Siempre apuntando lejos, igual que mi hermano. Siempre quise ir a Londres, Berlín, Nueva York... luego a las islas bonitas, a las costas de arenas blancas y las montañas de altos picos nevados... más tarde a países exóticos, capitales que hacen explotar tu cerebro, Hanói, Tokyo, quiero ver hombres, mujeres perdidos, quiero ver el fin de la espiral del vicio en un casino indio, quiero dormir en las calles de Chile durante una semana y despertarme, despegarme la colilla de los labios, dirigirme hacia el mar y, desnudo, renacer en sus aguas. Quiero fumar cosas raras con los chinos, hacer rituales purificadores y violar a la mujer del gran jefe indio. Quiero beberme los licores ancestrales de las tribus perdidas en las páginas del tiempo. Quiero, en definitiva, viajar por el mundo como si viajara por la historia. Pero la vida es puta, e irónica, sobre todo irónica. Y cuando me propuse encontrar todas esas experiencias en Málaga, bueno, ahora encuentro más matices aquí, pero no es lo mismo. Empiezo a pensar que le debo cosas a esta ciudad, que me he criado aquí, que siempre será mi hogar... empiezo a normalizarme, a conformarme, a imaginarme una vida aquí.
Dios, qué asco. Es una putada tener un vínculo emocional con algo que no te conviene, pero al final supongo que eso es el amor. No obstante, ¿acaso no estamos aquí para romper los tópicos, para hacerlo a nuestra manera? Redefinamos el amor, cuyo concepto rococó está pasado de moda. Que le den a la estructura victoriana y a la monogamia. Podemos intentarlo, siempre podemos intentarlo.
Siempre quise apuntar lejos, y ahora que intento contentarme con el hoy, mi cerebro está mucho más silencioso. Ahora que intento pensar en el ahora, en cómo rentabilizar mi tiempo, en ser productivo hoy pensando en un trabajo del mañana... ahora no pasan por mi cerebro mil explosiones confusas. No sé qué hacer porque me dedico a buscar cosas que me inspiren, cuando la inspiración de verdad siempre me había encontrado, siempre supe que respondía a mi llamada espontánea. Esto es mucho más sencillo de lo que parece.
No se trata de buscar para, no se trata de vivir para, olvida que "si me centro en lo que me gusta entonces lo demás irá sólo", y no pruebes a cambiar de estrategia cuando sabes que cualquier estrategia vale si es con confianza. Vale todo con confianza, vale el 100% de tí. Vale que le sueltes a alguien que acabas de conocer, no veas, qué mal me caes, y eso que te acabo de conocer. Debimos ser hermanos en otra vida. ¿Ves? Lo arreglas, pasa con todo. Vales al 100%. Olvida todos los peros, temores... ¿Te gusta esa chica? No tienes que pasar de ella para que venga, no tienes que buscar tu pasión en la vida para que venga por otro lado. Tienes que buscar tu pasión en la vida. Y punto. Si no es lo suficientemente psicópata como para entender que estas cosas trascienden las putas normas sociales, debiste darte cuenta antes de que no era para ti. El miedo a equivocarte y a perderla te hará conformarte con algo mediocre. La conoces, la tienes, está ahí.
El (auto) mensaje, y el completo caos que implica que me haga esto a mí mismo, porque realmente no se ni porqué escribo esto aquí, es muy sencillo. No busques un algo en la vida para otra cosa. Busca las dos cosas. No subyugues, no subordines. En la vida lo que se quiere se persigue, y lo que no, no. Las estrategias de la vida no se plantean como si ella fuera una amante caprichosa, celosa y arbitraria. Tiene sus normas, y no normas en el sentido rígido racionalista, sino que comprenden toda una serie de principios básicos que cada cual descubre a su manera, y que para mí consisten en amar y confiar para adaptarme a todo. Mi única constante es el cambio, pero necesito cambio. Necesito someterme a la adrenalina y la locura que supone realizar todos mis deseos, mis ambiciones, mis impulsos y si desembocan, entonces, en un terrible final, habrá sido algo que, por lo menos, merezca la pena contar.
Maldita sea la estupidez, infinita en el ser humano, que nos ha dejado en este destierro, en este andén abandonado, en este arcén que es la sabiduría práctica. En cuanto buscas algo que se desvíe de lo básica y auténticamente humano, descarrilas. Dejas de apuntar a lo importante y te centras en lo real, en lo causal, material, formal, da igual, final, fatal: madurar hacia lo conformista es cosa de tontos. El mundo que merece la pena es entendido con los sentimientos, intuiciones fuertes y una pizca de razón, pero hay que domar a esta última. Nunca me prometí a mí mismo ser fiel a nada, o ser auténticamente yo, simplemente me perjuré adaptarme para encontrar mi hueco allá donde fuera en esta vida, y eso caduca en cuanto uno se queda en un lugar, cuando uno deja de apuntar alto, cuando ya no importa si un párrafo es más largo que otro, y se cede con el nerviosismo ante todos los pasos que da la inspiración. Es una escritura más amarga porque no estás escribiendo plenamente con todos los sentidos activos. Antes escribir era un orgasmo mezclado con un brote psicótico, ahora es todo un ceda-el-paso a la inspiración. Si viene en verso, versemos, si viene en prosa, paseemos. Recuerdo un momento en que era el amo de mis sentimientos, pero ahora flotan a mi alrededor como moscas esquivas que zumban, burlonas, y la inspiración llega intermitentemente y casi siempre maltrecha. Agotada por el viaje. Agotada porque no me abro. Cada experiencia debe ser máxima, esta norma no sirve. Este es el error. Cada experiencia debe ser, no más: hasta ahí debes saber.
Siempre apuntando lejos, igual que mi hermano. Siempre quise ir a Londres, Berlín, Nueva York... luego a las islas bonitas, a las costas de arenas blancas y las montañas de altos picos nevados... más tarde a países exóticos, capitales que hacen explotar tu cerebro, Hanói, Tokyo, quiero ver hombres, mujeres perdidos, quiero ver el fin de la espiral del vicio en un casino indio, quiero dormir en las calles de Chile durante una semana y despertarme, despegarme la colilla de los labios, dirigirme hacia el mar y, desnudo, renacer en sus aguas. Quiero fumar cosas raras con los chinos, hacer rituales purificadores y violar a la mujer del gran jefe indio. Quiero beberme los licores ancestrales de las tribus perdidas en las páginas del tiempo. Quiero, en definitiva, viajar por el mundo como si viajara por la historia. Pero la vida es puta, e irónica, sobre todo irónica. Y cuando me propuse encontrar todas esas experiencias en Málaga, bueno, ahora encuentro más matices aquí, pero no es lo mismo. Empiezo a pensar que le debo cosas a esta ciudad, que me he criado aquí, que siempre será mi hogar... empiezo a normalizarme, a conformarme, a imaginarme una vida aquí.
Dios, qué asco. Es una putada tener un vínculo emocional con algo que no te conviene, pero al final supongo que eso es el amor. No obstante, ¿acaso no estamos aquí para romper los tópicos, para hacerlo a nuestra manera? Redefinamos el amor, cuyo concepto rococó está pasado de moda. Que le den a la estructura victoriana y a la monogamia. Podemos intentarlo, siempre podemos intentarlo.
Siempre quise apuntar lejos, y ahora que intento contentarme con el hoy, mi cerebro está mucho más silencioso. Ahora que intento pensar en el ahora, en cómo rentabilizar mi tiempo, en ser productivo hoy pensando en un trabajo del mañana... ahora no pasan por mi cerebro mil explosiones confusas. No sé qué hacer porque me dedico a buscar cosas que me inspiren, cuando la inspiración de verdad siempre me había encontrado, siempre supe que respondía a mi llamada espontánea. Esto es mucho más sencillo de lo que parece.
No se trata de buscar para, no se trata de vivir para, olvida que "si me centro en lo que me gusta entonces lo demás irá sólo", y no pruebes a cambiar de estrategia cuando sabes que cualquier estrategia vale si es con confianza. Vale todo con confianza, vale el 100% de tí. Vale que le sueltes a alguien que acabas de conocer, no veas, qué mal me caes, y eso que te acabo de conocer. Debimos ser hermanos en otra vida. ¿Ves? Lo arreglas, pasa con todo. Vales al 100%. Olvida todos los peros, temores... ¿Te gusta esa chica? No tienes que pasar de ella para que venga, no tienes que buscar tu pasión en la vida para que venga por otro lado. Tienes que buscar tu pasión en la vida. Y punto. Si no es lo suficientemente psicópata como para entender que estas cosas trascienden las putas normas sociales, debiste darte cuenta antes de que no era para ti. El miedo a equivocarte y a perderla te hará conformarte con algo mediocre. La conoces, la tienes, está ahí.
El (auto) mensaje, y el completo caos que implica que me haga esto a mí mismo, porque realmente no se ni porqué escribo esto aquí, es muy sencillo. No busques un algo en la vida para otra cosa. Busca las dos cosas. No subyugues, no subordines. En la vida lo que se quiere se persigue, y lo que no, no. Las estrategias de la vida no se plantean como si ella fuera una amante caprichosa, celosa y arbitraria. Tiene sus normas, y no normas en el sentido rígido racionalista, sino que comprenden toda una serie de principios básicos que cada cual descubre a su manera, y que para mí consisten en amar y confiar para adaptarme a todo. Mi única constante es el cambio, pero necesito cambio. Necesito someterme a la adrenalina y la locura que supone realizar todos mis deseos, mis ambiciones, mis impulsos y si desembocan, entonces, en un terrible final, habrá sido algo que, por lo menos, merezca la pena contar.
lunes, 13 de enero de 2014
Magia.
Él sabía que podía con todo. Podía aparecer solo en cualquier rincón del mundo y por duro que fuera salir adelante, podía, como decía Kipling, "ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida, y remangarse para reconstruirlo con herramientas inservibles". Porque creía en la magia.
Durante años y años creció y vivió feliz sin que nadie lo estorbara, pero un día aprendió la palabra magia, y empezó a nombrarla y a teorizarla, a reducirla a teorías de lenguaje no verbal, intuición motriz, empezó a ponerle nombres a todas las cosas y, lo que es peor, a sí mismo. Empezó a hablar de la suerte. Creyó que todo lo que tenía era suerte, y pensó que era un desgraciado porque dependía de la suerte para sobrevivir. Sus amigos se lo recordaban, entre ellos, el que más, su amigo Academicismo, quien le repetía constantemente que si algo le salía bien a la primera era pura suerte. Que la magia, el horóscopo, son cosas de niños, y que existen tipos de conducta que equivalen a tipos de persona, y que si algo no encajaba en el paradigma científico epocal equivalía a una mentira. Pero él sabía que no, que se concentraba mucho y con su intuición lograba meter la primera canasta desde cualquier distancia, porque no tenía que pararse a pensar. Pensar, nombrar, lo estropeaba todo, pensó. Fue la primera vez de muchas que pensó que la estupidez y la felicidad tenían una correlación muy estrecha y preciosa.
Pasaron los meses de lluvia y de sol, de frío y de calor, de soledad y de euforia. Pasaron Hesse y Exupéry, Neuman y Shakespeare, Dostoievsky y Twain. Y lo único que recordaba es que una vez fue feliz, y ya nunca más. Aquel instante de felicidad fue tan intenso que su sólo recuerdo le producía un placer incomparable con la vivencia presente. Es por eso que su mirada siempre estaba en otra parte, sobre todo los domingos y los días de lluvia.
Siguió y siguió y nunca paró, nunca se derrumbó, pero tarde o temprano todo el mundo se derrumba. Nadó en su mierda hasta que se dio cuenta de que era tan inútil como creerse mago. Llegó a pensar que ni el bien ni el mal de esta vida merecen ser hechos, pues ambos son rutinarios, tediosos, monógamos. Hacer los dos es una locura, y hacer ninguno también; es la misma diferencia que hay entre explotar e implosionar. Y ahora más que nunca pensaba en aquel instante de felicidad, recordaba amargamente los años de juventud, éxtasis, euforia, cuando no se movía por el mundo sino que flotaba, cuando no hablaba con personas que juzgan y que materializan o academizan, sino con almas que están en todos los momentos de la historia del universo a la vez. Cuando el único problema era el aburrimiento.
El mundo adquirió un tono grisáceo, su psique se ajustó al esquema de depresión de su época: los políticos son unos corruptos, la sociedad está llena de borregos, no se puede escapar al sistema capitalista, el ser humano es lo peor que le ha pasado al planeta Tierra...
Hasta que recordó esa primera palabra, la magia. No fue su primera palabra, pero fue lo primero acerca de lo que recordó haber reflexionado. Fue la primera vez en su vida en la que se paró, pensó ¿qué es esto? Y se respondió: sólo tiene un nombre; "Magia". La vida tiene duende, se dijo, y ese duende está en el presente. Aprendió a hacer del presente su religión, a vivir cada día como si fuera el último, a combinar las partes más geniales de su persona para hacer de cada momento algo único y extraordinario. Aprendió la filosofía del Tao, del eterno sí nietzscheano, pero no del todo bien. Por desgracia le quedaba por aprender que la depresión no es algo de lo que te puedas zafar sino algo con lo que debes convivir. Como el perro de la depresión, que siempre te acompañará por mucho que lo ignores, y no debes sino aprender a jugar con él, a sonreírle, y que así aprenda él a sonreír contigo.
Durante años y años creció y vivió feliz sin que nadie lo estorbara, pero un día aprendió la palabra magia, y empezó a nombrarla y a teorizarla, a reducirla a teorías de lenguaje no verbal, intuición motriz, empezó a ponerle nombres a todas las cosas y, lo que es peor, a sí mismo. Empezó a hablar de la suerte. Creyó que todo lo que tenía era suerte, y pensó que era un desgraciado porque dependía de la suerte para sobrevivir. Sus amigos se lo recordaban, entre ellos, el que más, su amigo Academicismo, quien le repetía constantemente que si algo le salía bien a la primera era pura suerte. Que la magia, el horóscopo, son cosas de niños, y que existen tipos de conducta que equivalen a tipos de persona, y que si algo no encajaba en el paradigma científico epocal equivalía a una mentira. Pero él sabía que no, que se concentraba mucho y con su intuición lograba meter la primera canasta desde cualquier distancia, porque no tenía que pararse a pensar. Pensar, nombrar, lo estropeaba todo, pensó. Fue la primera vez de muchas que pensó que la estupidez y la felicidad tenían una correlación muy estrecha y preciosa.
Pasaron los meses de lluvia y de sol, de frío y de calor, de soledad y de euforia. Pasaron Hesse y Exupéry, Neuman y Shakespeare, Dostoievsky y Twain. Y lo único que recordaba es que una vez fue feliz, y ya nunca más. Aquel instante de felicidad fue tan intenso que su sólo recuerdo le producía un placer incomparable con la vivencia presente. Es por eso que su mirada siempre estaba en otra parte, sobre todo los domingos y los días de lluvia.
Siguió y siguió y nunca paró, nunca se derrumbó, pero tarde o temprano todo el mundo se derrumba. Nadó en su mierda hasta que se dio cuenta de que era tan inútil como creerse mago. Llegó a pensar que ni el bien ni el mal de esta vida merecen ser hechos, pues ambos son rutinarios, tediosos, monógamos. Hacer los dos es una locura, y hacer ninguno también; es la misma diferencia que hay entre explotar e implosionar. Y ahora más que nunca pensaba en aquel instante de felicidad, recordaba amargamente los años de juventud, éxtasis, euforia, cuando no se movía por el mundo sino que flotaba, cuando no hablaba con personas que juzgan y que materializan o academizan, sino con almas que están en todos los momentos de la historia del universo a la vez. Cuando el único problema era el aburrimiento.
El mundo adquirió un tono grisáceo, su psique se ajustó al esquema de depresión de su época: los políticos son unos corruptos, la sociedad está llena de borregos, no se puede escapar al sistema capitalista, el ser humano es lo peor que le ha pasado al planeta Tierra...
Hasta que recordó esa primera palabra, la magia. No fue su primera palabra, pero fue lo primero acerca de lo que recordó haber reflexionado. Fue la primera vez en su vida en la que se paró, pensó ¿qué es esto? Y se respondió: sólo tiene un nombre; "Magia". La vida tiene duende, se dijo, y ese duende está en el presente. Aprendió a hacer del presente su religión, a vivir cada día como si fuera el último, a combinar las partes más geniales de su persona para hacer de cada momento algo único y extraordinario. Aprendió la filosofía del Tao, del eterno sí nietzscheano, pero no del todo bien. Por desgracia le quedaba por aprender que la depresión no es algo de lo que te puedas zafar sino algo con lo que debes convivir. Como el perro de la depresión, que siempre te acompañará por mucho que lo ignores, y no debes sino aprender a jugar con él, a sonreírle, y que así aprenda él a sonreír contigo.
lunes, 6 de enero de 2014
Kipling - Si... En toda lucha se halla el sentido.
Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando los que te rodean
la han perdido y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptar que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no dejas lugar al odio
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.
Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes experimentar el triunfo y la derrota,
y tratar a esos dos impostores exactamente igual.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas inservibles.
Si puedes hacer un montón con todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola tirada ;
y perderlas, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tu deber mucho después de haberlos agotado,
y resistir cuando ya no te queda nada
más que la voluntad de decirles: "¡Resistid!".
Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no perder el buen sentido.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el inexorable minuto,
con una trayectoria de sesenta valiosos segundos
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más: ¡serás un Hombre, hijo mío!
la han perdido y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptar que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no dejas lugar al odio
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.
Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes experimentar el triunfo y la derrota,
y tratar a esos dos impostores exactamente igual.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas inservibles.
Si puedes hacer un montón con todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola tirada ;
y perderlas, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tu deber mucho después de haberlos agotado,
y resistir cuando ya no te queda nada
más que la voluntad de decirles: "¡Resistid!".
Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no perder el buen sentido.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el inexorable minuto,
con una trayectoria de sesenta valiosos segundos
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más: ¡serás un Hombre, hijo mío!
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