domingo, 15 de diciembre de 2013

Fin de semana en Granada.

Granada es un municipio y una ciudad española, capital de la provincia homónima, en la comunidad autónoma de Andalucía. Está situada en el centro de la comarca Vega de Granada, a una altitud de 738 metros sobre el nivel del mar, en una amplia depresión intrabética formada por el río Genil y por el piedemonte del macizo más alto de la península Ibérica, Sierra Nevada, que condiciona su climatología.

Me la suda.

Este finde en Granada ha sido la polla y me ha restaurado mi fe en la humanidad. Y poco importaba lo bien que me sienta el frío (el frío de verd*d, coño, no la puta h*medad). Era la gente, eran las personas, las cercanas que daban eso que llamamos la intangible energeia, y las del extrarradio, las personas meramente contextuales que con su presencia, cariño y ambiente continuos consiguieron crear un clima idóneo para el estudiante.

Día primero.
Llegada, abrazo, tapeo, reencuentro. Me encanta des - armar las palabras: re - encuentro, repetición de un encuentro de psychés anterior, vuelta a lo mismo, a eso que siempre ha estado ahí, porque siempre ha estado ahí. Esa era la parte que todos esperábamos. Un abrazo largo y alegre efusividad progresivamente decadente hasta la partida, efusivamente triste. Eso era lo que esperábamos. Lo lógico, vaya. Y si pudiera describir con palabras cuánto me equivoqué, lo escribiría a sangre y fuego. Porque un reencuentro no es sólo volver a ver, es volver a conectar, es un momento enérgico, excitante e inefable en que tenemos a varios niveles una conversación. Primero están las palabras, y, bueno, ya saben, luego lo demás, lo in - nombrable. Vamos, que no se puede etiquetar. Porque si decimos espiritual, somos místicos, y si decimos de qué constó materialmente, somos reduccionistas. Y yo pienso que siempre hay algo más.

Y había otra cosa. Reencuentro y recuerdo. Re - cuerdo. Re hace tiempo que dejó de estar cuerdo, pero eso no viene al caso, porque cuadricular la diferencia entre cordura y locura es casi como definir el amor. Y si puedes definir, el odio o el amor... 
Como decía, recuerdos. Jo, qué momentos. Siempre he pensado que aquel verano fue un arma de doble filo. Por un lado, el lado más cómodo, fue el mejor verano, increíble. Por otro lado, fue in - creíble. Vamos, que no se puede creer. Como si fuera de mentirijilla, como si no encajara con lo que nosotros somos ahora mismo. No, ahora hacemos otro tipo de humor. Hacer el humor, como hacer el hamor, son artes que van a la par de la vida de la persona. Según cómo seas y cómo estés, los haces de una forma u otra. Disfrutando lentamente de ellos, o recreándote, o más efusivamente, o, en algunos casos, con la mirada perdida en otra parte. Con ese eterno pero en el cielo de la boca que desea salir. Porque aquí es cuando se me queda la mirada perdida y pienso, valga la redundancia, ¿qué perdimos? ¿Por qué no podemos repetir el nivel de awesomeness de aquél verano? ¿Acaso la vida nos ha vuelto más amargos o amargadxs? Prefiero pensar que nuestro humor se ha vuelto más realista, y por tanto más sostenido. El éxtasis que conocimos aquél primer verano fue único precisamente porque fue único, y por tanto me alegro de que pasara, y me alegraría que todos pasáramos con él.

Presentación, guitarreo, paseo, guitarreo, arroz. Conozco a Javi, que me pareció un chico estupendo desde el primer momento. Sensible, inteligente y gracioso. Luego a Miguel que, bueno, es Miguel. Es majo. Música, música y más música, maestro. Ana toca como Paco de Lucía, Ali canta como... bueno, canta estupendamente. Iba a decir como mi abuela en sus tiempos mozos, pero no tenemos pruebas de que fuera tan buena como Ali. Un paseo por Granada que me des - cubre cosas nuevas. Vamos, des - velar, levantar el velo de ignorancia que cubría aquello que desconocía. Más tarde me encantó cocinar para ellos, y lo volveré a hacer.

Tertulia. Vosotros, tertulianos, que tejéis el universo sin saberlo, inspirando a los geniales chicos que os rodean cada noche, transmitiéndoles valores que agradecería haber encontrado antes... Vosotros, tertulianos, me habéis robado el corazón, y pronto estaré allí para recuperarlo. Atravieso el bar con cierta pausa, cierto respeto, de puntillas, no vaya a ser que el torpe ruido de mis zapatos levante miradas condescendientes, temas de conversación banales. Y de repente, paf, la inseguridad se esfuma porque sólo disfrazaba mis ganas de aprender. Puedo volverme tonto, loco y pobre. Pero jamás perderé mi curiosidad. El día que la pierda, dejaré de ser yo. Y esta noche la habéis excitado como a un clítoris insaciable. Perdón por la vulgaridad de la metáfora. Y entonces estaba yo, hablando con esas personas que minutos antes eran daimones, al menos, sino dioses. Ésos son mis ídolos, mis dioses. Que con mucha amargura recuerdo viniendo a Málaga, pues caigo en la cuenta de que en esta nueva estratosfera de pescaíto frito y biznagas, esas personas son locos, dandis, colgaos, personajes, motivaos (este es el que más me jode; ¿os escucháis cuando insultáis?), frikis, o incómodos de ver. Como un estudiante de filosofía, o uno de musicología. O una chica que quiere ser directora de cine. O gente que persigue sueños de verdad mirando su interior y no se queda admirado con las sombras de la caverna. Gente que ha probado la verdad, y no puede resistirse nunca más al dulce momento en que parece que la has alcanzado y al darle la vuelta a la esquina no hay nadie, y sonríes mientras miras cabizbajo al suelo y niegas con la cabeza. Será puta la verdad. Una puta verdad es que los jóvenes de hoy día lo que tienen es falta de carencia. Me quedaré con eso.

Día segundo.

Re - saca. Vamos, que vuelve a sacarte la bilis del hígado. Hasta que guitarreamos, luego empecé a beber a media tarde y por fin fuimos al conciertazo de Tatamka. Ttk estuvieron increíbles a pesar de que no les conociera, y botamos y bebimos como cabrones. Después conocí a otra oleada de gentuzas, descarriados, inconformistas, melenudas, caderas, labios rojos, sexys y, en fin, más de lo mismo de cualquier noche, de no ser porque bailamos como veinte canciones maravillosas. Estupendérrimas, fantabulosas. Me quedo con Molinos de viento, de Mago, increíble. Cerramos la noche con pizza y bronca, pero si no hiciéramos eso, no seríamos estudiantes. Luego apaciguamiento extremo en la habitación de Javi, con un espécimen que no sé si es que iba muy borracho, o es así de entusiástico y efervescente siempre, o es que dejé de beber dos horas antes de acostarme y empezaba a ver las cosas de otro color. O puede que las tres cosas, pero me pareció excesivamente ardoroso.

Día tercero.

Guitarreo y re - re - saca. Vamos, que me levanto a las tres de la tarde y como si me hubiera pegado el madrugón del siglo. Me pongo a hacer pastel de manzana pensando, verás tu cuando den las doce y despierte a estos con un pastel en cada mano, qué contentos se pondrán. Inocente de mí, no sé de qué va Cronos pero me la ha jugado en sueños. Y con esta jugarreta antes de que me de cuenta me hallo en la parada del bus, dándole un abrazo no tan efusivo pero sí cariñoso, amable y tranquilo a Ali. Tranquilo porque estoy en paz, ya puedo seguir, llevaba mucho tiempo sin veros y ha sido fantástico. Increíble pero repetible. 
Inolvidable. In - olvidable, vamos que nunca lo olvidaré.

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