lunes, 23 de diciembre de 2013

Ey, Tere...

Fin de semana en Sevilla.

Me alegro de haberos visto, chicos, en serio, jo, qué recuerdos. Parece que llevara un par de semanas sin veros, que no me hubiera perdido nada.

Sevilla tiene un color especial, y ha sido fantástico hablar de nuevo y recordar viejos motes, además de poner otros nuevos. Cabrones. ¿Astronauta? ¿En serio? jajaja

Realmente todo el tiempo me lo he pasado bien, salvo por un momento en el que lo pasé genial.
Sábado, 22h. Llevamos bebiendo desde las 15h. Pablo me lleva hasta la zona de fiesta, lo que en Sevilla por lo visto equivale a patearse cuatro veces Málaga de arriba a abajo. Hablamos y caminamos y bebemos frenéticamente. Hablamos sobre las mujeres, bebemos por las mujeres, y caminamos hacia ellas. No necesariamente hablamos de aspectos positivos del amor, ni bebemos para celebrar lo bien que nos va. Pero sí caminamos decididos hacia alguna parte. No sé dónde, pero sé cómo caminar. Justo antes de llegar a Alfalfa, la zona de bares, nos sentamos a recuperar el aliento y el equilibrio en un banco, donde caemos en la cuenta del hambre que tenemos. En lugar de hacer algo al respecto, entramos rápidamente a conseguir otra copa dentro. Chupito flameado, al final. Nos damos la vuelta en la barra y hay dos chicas. Nos miramos.

- Vamos a pedirles que nos hagan una foto.
- Vale.
- Perdona, ¿nos podéis hacer una foto?
- Sí, claro - sonríe una.
- Pues venga.

La misma que respondió nos mira extrañada.
- ¿Y el móvil?
- ¡No, no con el vuestro!

Ríen, y lo hacen. Sonrío lo mejor / peor que puedo. Empezamos a hablar.
- Ahora ¿cómo nos etiquetáis?

Ríen. Se hacen las locas. Río.
- Bueno, ¿cómo os llamáis?
- Yo Sandra.
- Y yo Teresa.

A partir de ahí Pablo siguió su propia conversación con Teresa, y yo con Sandra. Pasados cinco minutos una de ellas fue al baño, otra se ofendió por algo que dijo Pablo, yo como buen pagafantas salí en defensa de Teresa, y ella lo apreció y me sonrió mientras me miraba con los ojos abiertos y llenos de vida. Desde entonces no pude quitármela de enfrente ni de la cabeza. Y dudo que lo pueda hacer tampoco esta noche, tres días después. 

Era un poco más baja que yo, de esta estatura que la miras y no notas que es más baja hasta que la tienes cerca. Pero entonces no te fijas en la estatura. Te fijas en que tiene unos ojos alegres y oscuros, una piel blanca aterciopelada que te estremece desde la boca del estómago hasta las caderas, unos labios carnosos pero no en exceso, eran perfectos, canónicos, miguelangélicos, no tenían una curva fuera de lugar. Tampoco era una sonrisa impoluta de anuncio, era la idea de labio que trasciende a todos los cánones estéticos epocales, a todas las modas, a todas las miradas y todas las cervezas que llevaba. Por encima de todo eso estaban sus labios. Qué cuello tan proporcionado, qué pelo castaño oscuro tan sexy, que caía por su cabeza como caen dos rocas en un derrumbamiento, pesado, firme, descomunal. Porca natura, que hasta cuando es malvada es bella y por ello la llamamos sublime. Qué cuerpo. Madre. Qué. Cuerpo. Eso era perfección, macho. Olvídate del pibón de discoteca que levanta todas las miradas. Olvídate del grupo de frikis que todavía salen a celebrar que una de ellas ligó el mes pasado. Esta chica era guapa, y las demás veces que alguien alguna vez dijo "guapa" mentía, porque esta era de verdad. 

Me gustaría decir que ahora entendía las canciones dedicadas a la belleza o al enamoramiento, pero no sería verdad, porque toda alegoría se quedaba corta. Le dije que era guapa sólamente una vez, aunque mi corazón volvía a proyectarlo hacia mis cuerdas vocales con cada pulsación, y si bien la palabra fue dicha una sóla vez, hice que se sintiera guapa con mi mirada, el tono de mi voz, el relajado vaivén de mis caderas alrededor suya. Quería derretirla, quería seducirla hasta que dijera basta, por favor, tómame...

Hablaba conmigo de las cosas como si hubiéramos hablado ya de todo lo superfluo que se suele decir. Estudiamos tal y cual cosa, vemos tal y cual tontería en la caja tonta o en internet, me gusta tu ropa... Después hablamos y hablamos de lo que de verdad importa, las tonterías. Las que la hacen reír, las que se sacan de la manga y en la cuerda floja has de soltar sin parar si quieres enamorar. Las que le hacen ver que eres un tío con sentido del humor; y quien sabe hacer el humor, sabe hacer el amor.

- Te invito a un chupito, has ganado la apuesta.
- Pero si hemos perdido los dos.
- Con más razón aún.

No podía pararlo, no podía, si dejaba de hablarle la perdería para siempre. Tenía que hacer y decir cosas, estupideces, no importa. Llevarla hasta la barra cogida de la mano, a pesar de que la suya se escabullía lánguida y pasiva entre la mía, fue un momento muy intenso. Apenas recuerdo pensar durante un sólo instante que esa noche no fuera a besarla. Era mi objetivo de la noche, del año, de mi vida, Dios qué labios..

- Ey, Tere...
- ¿Qué? - dijo con un tono neutro. Como se suele hacer para hablar en los sitios con "música", acercó lentamente el lateral de su cara a la mía. Su perfume invadió mi espacio olfativo con lo cual mis pupilas se dilataron, vi su medio - perfil y estaba igual o más preciosa si cabe. Desde todos los ángulos era una diosa. Desde el humano ya lo era; desde mi condición de eterno (y)errante, también. Pasaron dos segundos, tres, y yo no decía nada. Sólo la miraba así, desde cerca, respirándola, disfrutándola, contemplándola, desvelándola. Desvistiendo su sonrisa.
- ¿Qué? - repitió, ahora volviéndose hacia mí. Floash... Es el viento siendo moldeado por su pelo al realizar ese giro perfecto. El viento gime las gracias por ese roce tan sensual e impremeditado. Yo aún la contemplo desde esta nueva perspectiva unos segundos más porque cuando me mira a los ojos es como si me los clavase, porque me sonríe con ellos y me dice ven aquí, poséeme, no me dejes escapar, agárrame.

Pasión, ese es tu nombre.

- Así sí, mirándome sí. Quiero que me mires cuando te hablo, porque eres preciosa. Hablarle a tu oreja está bien, pero si me miras mola mucho más - sonríe. Las próximas tres o cuatro veces que le hablé hice lo mismo, esperar a que volviera la cara y hablarle mirándole a los ojos. Dios, iba borracho, y no quería olvidar ese flequillo, esos ojos, esos labios. Dios mío, qué labios. Tenía que besarlos.

- Vamos a por otro chupito.
- No, no, no, me supo fatal que pagases el anterior.
- Pues invítame.
- Ja, ja, qué cara más dura.
- Mira, de verdad que quiero invitarte, así que no quiero que "te de cosa".
- Pero es que es dinero, y...
- Es dinero. ¿Y qué? El dinero es algo súper vulgar, ¿lo sabías? Todo el mundo puede tener dinero - En cambio a ti, debí pensar para mis adentros... nadie te puede poseer, ¿no es cierto? Tú vuelas por encima de la gente y les ensanchas los pulmones y engrandeces sus corazones y ennobleces su espíritu, pero luego te escapas, ¿verdad? 

En algún momento de la noche decidí que Tere entraría a formar parte de la lista de chicas que quise y luego temí. Porque la quise. Quien crea que el amor es otra cosa, que venga y me lo diga, porque cuando conecté con ella lo hice desde el principio y continuamente. No iba cada vez mejor. Iba cada vez bien. Cada vez, cada respiración mía delante suya, era increíble, y sabía que la tenía... hasta que ya no creí que la tenía. 

Había un calefactor en modo Inferno encima de mi cabeza. No podía quitarme mi sudadera pues la camiseta térmica del decathlon que llevaba debajo no era demasiado adecuada para tirarle los tejos a nadie. Llevaba siete horas sin comer o beber más que cerveza, ginebra, vino y tequila. Empezaba a hacer calor como para cocerme en mi propia ropa, y aún así estaba de pie al lado suya; empezaba a entrarme un hambre descomunal, debilitante, y yo pensando que la había perdido. Pensando que, cuando me apartó la mano de mi mano, o me apartó mi cuerpo del suyo con el brazo, ambas acciones con la gracilidad y la fuerza de un perezoso colocado con bicodina, pensando que cuando hacía todo eso quería decir lo que hacía.

Y no. No, tonto. Estúpido. Maldito bastardo. Sus ojos dicen que sí, su mirada, su cuerpo entero, pero su brazo dice que no, su boca dice que no, y te achantas. Cobarde. Asqueroso infeliz, nunca serás feliz. Mírala. Lleva dos horas hablando contigo: te sonríe, juguetea con las piernas, pero no se acerca. Dice ven, pero no va. ¿Qué es lo que quiere entonces? Que vayas. Pues ve. Ve, coño, ve. No te quedes ahí plantado.

Pero ya era tarde porque la espiral de desconfianza había empezado. Borrachera, hambre, calor infernal, su brazo apartándome. Para colmo se me vuelve inaccesible: se sienta en la esquina de un banco en forma de L rodeada de sus amigas y whatsappea como una enferma durante veinte minutos. O puede que dos. Se me hicieron veinte mil. Eso fue el colmo. Porque claro, lo lógico era pensar, no quiere nada conmigo, he hecho algo que la ha espantado. Sí, y se exactamente lo que fue: pedirle perdón por haberla molestado, perder la confianza de golpe y decirle, lo siento, ya te dejo en paz, no me daba cuenta. Y dejar de hablarle. Eso fue lo que me imposibilitó: imposibilitarme.

En algún momento de la noche, decía, decidí que Tere entraría a formar parte de la lista de chicas que quise y luego temí. Porque el miedo a cagarla y perderla por esa noche superaba con creces al miedo del quedirán si le meto cuello y me mete una bofetada. Pero Dios, cómo añoro ahora que esa bofetada hubiera acaecido.

Me ha pasado ya, esto viene de lejos. Una vez amé y por no mover ficha la perdí. Por no perder una amistad que yo disfrutaba como si tuviéramos sexo diario, te perdí, Marta. Te dejé ir, más bien. ¿Acaso es culpa mía? No. Yo soy un chico tremendamente sensible. A la gente normal no le basta con la buena compañía de otro alma, quiere besar y hacer el amor. Pero yo tenía dieciséis años, y follar no era importante, sino estar contigo. Eso era amor de verdad, y no hacer el amor. Mi amor ya estaba hecho, no necesitaba (re)hacerlo más.

Me ha pasado ya, esto viene de lejos. Una vez amé tanto y moví ficha y encajó todo tan bien, que morí. Duramos dos semanas, siendo optimistas y contando desde el primer beso hasta el último, aunque puros sólo fueran dos noches. Dos noches, no se necesita más. Yo tampoco quería hacerte el amor. Te invité a mi casa, Marta (otra Marte, ¿vale?), pero sólo porque no había cenado, xD. No quería follarte. ¿Quién querría? Das una conversación estupenda, y yo soy pequeño, no soy virgen de chiripa. Yo no creía que el sexo pudiera ser asombroso. Yo pensaba en abrazarnos y darnos compañía y amor, y erradicar para siempre la soledad, la angustia, la desesperación y la nada que quedan tras una adolescencia que divagaba entre lo artificial y lo marginal. Y te quería tanto que te asustaste, o te cansaste, o quizás siempre te resbaló, pero yo sigo sin haber experimentado nada tan fuerte. Desde entonces tengo mucho cuidado al mover ficha, ¿sabes? Realmente no me he permitido enamorarme tanto otra vez porque tanto dolor, tanto dolor, no, yo no... 

Me ha pasado ya, esto viene de lejos. Pero nunca igual. Siempre elegí entre acurrucarme en mi zona de confort, no mover ficha e imaginar lo que podría haber sido, o meterle caña y llegar hasta el final. Nunca me lo han puesto tan difícil. Y nunca lo he querido tanto. ¿Sabes lo que pensé cuando llegué a esta conclusión? Que nunca había conocido a una mujer de verdad. Tú te haces querer. Juegas sucio, pero no se puede jugar limpio. Porque limpio del todo resulta inverosímil. Si no te adaptas a que todo es un juego, como todos dicen, corres el riesgo de buscar algo que no existe, morir solo o volverte loco. Si pasas de lo que la gente dice sobre follar, sobre las novias, sobre las mujeres... encontrarás en algún lugar un alma tan descarriada de la sociedad que te dará miedo por lunática. La vida es jodida, y jode. Pero esto es sólo una idea. Yo apenas he experimentado el amor, si acaso la falta de él. 

Me ha pasado ya, pero nunca, nunca jamás me pasó igual. Nunca me dijeron ven con el corazón y vete con los labios. Esos labios, Dios, qué labios.

Todo por no retenerte. Quería tenerte, Tere, y ya nunca te tendré.

Al cabo de veinte minutos, yo le contaba a Pablo que me había bloqueado por todas las excusas físicas. Pero no era verdad. Es decir, tuvo mucho que ver que tuviera hambre, calor, sed y agotamiento psíquico por ponerme al nivel de mi musa. Pero en el fondo de mi alma sabía que si tuviera determinación poco importaría que mi estómago se empezara a devorar a sí mismo. Con lo cual no, no era verdad. Es como si me faltara el aire, y puede que fuera por el calor, pero prefiero pensar que fue por el sentimiento de inutilidad que me ahogaba. No puedes dejarla marchar, no puedes. Lo pensé tan fuerte que aún hoy lo pienso. Tres días y tres polvos después, pero lo pienso continuamente. Arrepentimiento, melancolía, angustia.

Al cabo de veinte minutos, yo le mentía a Pablo con la verdad. Y justo entonces se levantó: 
- Mis amigas y yo nos vamos,- me dijo - ¡hasta luego! - y se fue.

Quería derretirla, quería seducirla hasta que dijera basta, por favor, tómame...

- Ey, Tere.
- ¿Qué?
Espero un segundo y ya había aprendido rápido: me miró y pensé bien, ya, ahora la tienes.
- ¿Ni siquiera me das un beso en la mejilla? - ni siquiera respondió. Se fue entre mucha gente.

No, tonto. Estúpido. Maldito bastardo.

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Lo mejor de todo esto es que he aprendido un montón de cosas que por respeto al tono taciturno del post no convienen ser expuestas aquí. Me siento invencible, puedo conseguir lo que quiera, y no hay palabras en mi cabeza (he de leer más) que no hagan sino desacreditarme, confundirme, quizás deconstruir este sentimiento hasta convertir algo inefable en meras palabras.

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