martes, 1 de junio de 2010

¿Madurez?

Ya me ocurrió hace tiempo que comprendía la utilidad de la madurez para la vida en sociedad, pero no su valor como tal. Desde entonces he intentado evitarla.

No sé si algo merece la pena, todos los buenos momentos conllevan crisis en las que uno se pregunta si compensa. ¿El qué? La madurez, la inocencia... es extrañamente agradable vivir una vida optimista, despreocupada. Pero ¿es realmente la madurez buena en sí misma? Es una especie de droga este estilo de vida del que os hablo, pues no te das cuenta y te vuelves sensible para lo que te interesa. De repente tu subconsciente se percata de que pasa algo, pero, como un crío, intenta ocultarlo a la conciencia para que pase desapercibido. Te vuelves egoísta, y es que no se puede vivir para siempre en Tierra de Nuncajamás. Supongo que una vez pasada la infancia, la vida te enseña a madurar de una manera u otra.

Antes creía que si no fuese por la sociedad, podríamos seguir siendo críos inmaduros en cuerpos robustos, como el hermano pequeño que juega con los juguetes del hermano mayor. Pero una vez que has crecido, aprendes que sus cosas no te corresponden, y tienes que aceptar lo que eres, que te has hecho mayor, y que no queda más remedio que madurar. Si no dejas cada cosa a su momento, se te acaban las cosas y llenarás los momentos con cosas absurdas que desencajan, con los restos inexistentes de momentos que ya has saturado, o con momentos que te has saltado. Es una gran verdad que duele en lo más hondo del ser, y que podría llevar al más insensato mimado al suicidio.

Pero yo ya maduré, comencé a madurar y lo dejé cuando pensé que me hacia viejo demasiado rápido. Ahora estoy inestabilizado, incomprendido por todos. Me he quedado atrás, o quizás delante. Si cada uno elige su destino, también elige cómo llegar a él, ¿no? Quizás el existencialismo sea también una forma de inmadurez, y de negación de quienes somos. No estamos predestinados a nada en teoría, pero una vez hemos vivido unos momentos que nos han marcado, y una experiencia que nos ha condicionado nuestra forma de vida, es imposible no afrontar, tarde o temprano, quién eres y lo que serás.

Quizás los momentos tristes no deban superarse pronto, quizás no deba buscar recursos a corto plazo, quizás deba seguir el protocolo del modo de vida en el que ya me he encarrilado. Puede que no haya visto la vida del modo en que la tenía que ver, y que haya tomado, por diversión, algunas decisiones desproporcionadas por la adrenalina que segrega lo absurdo. Sí, más de una vez le he puesto una tirita a una herida profunda, y más de otra me he querido morir por partirme una uña. Pero quizás la cura proporcionada inmediatamente tampoco sea la solución; a veces hay que dejar que la sangre salga, respire, se tranquilice y se desahoge. Al feto no le gustaría salir a ver mundo cuando se encuentra bien, al niño no le importan las convenciones sociales porque es inconsciente de que existen, al adolescente no le suele importar nada porque está cabreado o bien extasiado con el mundo. Pero al hombre adulto, demasiado mayor para ser adolescente, demasiado joven para pensar que llegó la hora de sentar cabeza... Él está en un callejón sin salida, y nada de lo que haga sevirá para sentirse satisfecho consigo mismo. O bien siente ganas de rendirse a la madurez, o bien siente que está perdiendo los últimos años de su vida para saltarse el protocolo social y regocijarse en sus desperdicios.

Siempre vi la experiencia como algo terrible, un mal que se nos impone por el simple hecho de existir, de estar despiertos. No podemos hacer nada más que aceptarla y aprender de ella. Pero más de una vez me sigue pareciendo que la experiencia sólo te encierra en un punto de vista, porque lo que has vivido te marca, y forma tus principios, lo que eres como persona. Lo pensaba así porque ¿y si he vivido los momentos equivocados? ¿y si me he creado una idea errónea del mundo por tener experiencia en este momento, en este lugar? Pero no hay versiones erróneas de la vida, sino diferentes, y lo más grande en la vida consistirá, seguramente, en dedicarte a aprender de lo que ella te ofrece sin pedir nada a cambio: la experiencia.

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