miércoles, 11 de mayo de 2011

La historia desde el presente.

Somos la generación de la libertad, de la paz, de las Blackberrys y la felicidad egoísta. Somos la generación Ni - Ni, porque nuestros antepasados lucharon tanto por un mundo libre, que no sabemos porqué trabajar, ni sabemos porqué estudiar. El existencialismo te deja a la deriva, como soñé en mi Dialéctica con Adán*.

El problema es sencillo. Las anteriores generaciones partieron de una sociedad estamental y opaca, oprimidos por una política fascista, racista, esclavista. Hubo guerras, en las que nuestros antepasados murieron, para dejarnos a nosotros, a nuestra generación, un mundo libre, un mundo mejor. Sacrificaron sus pésimas vidas para que nosotros tuviéramos una decente. Pero ¿acaso nos basta con esto? ¿Acaso el hombre no está hecho sino para luchar por un mundo mejor? Aún tenemos problemas, sólo han cambiado de nombre, y hay más gente que antes, lo que crea cortinas de humo, y hace que las estadísticas sean completamente maleables. Podría hacer un estudio estadístico en África y decir que es una primera potencia mundial; tantas personas somos.

Creemos que aquello por lo que lucharon nuestros abuelos, bisabuelos y demás, era este estado de hoy día. Pensamos que esto es la culminación de la sociedad, que ya solo avanzará la tecnología y que no tenemos que exigir nada más. Pero este pensamiento sólo se mantiene bajo argumentos no ya egoístas, sino completamente solipsistas. Vemos diariamente a personas ombliguistas cuya única preocupación es su persona. "Esta es la única manera de ser feliz -pensamos-, encerrándonos en nosotros mismos". Pero no hay que ser feliz. No le toca a nuestra generación ser feliz, por mucho que los titiriteros de nuestra sociedad quieran hacérnoslo creer así. Tenemos que ver la historia desde el presente, y tenemos que obligarnos a morir espiritualmente para dejar a nuestras crías un mundo mejor. No toca aún ser felices.

Quizás parezca que podemos ser felices, pero no es así. La posibilidad física de felicidad no implica que debamos ser felices; es decir, el hecho de que haya una igualdad -solo en el primer mundo- entre todas las personas sea cual sea su religión, sexo, orientación ideológica, no significa que podamos ya ser felices. "Si no hay ningún impedimento físico para ser feliz, si nadie nos lo prohíbe, consigamos la felicidad, pues no hay medio que no valga para alcanzarla, ya que es un fin en si mismo". Este es el pensamiento que hay que eliminar. No estamos luchando por cambiar nada, y si los Altos llegan a convencernos de que podemos ser felices con las cosas tal y como están, jamás se cambiará nada. Porque los Bajos nunca cambiarán nada, y los Medios solo quieren quitarle el poder a los Altos.

No podemos ser más la generación de la Blackberry. Tenemos que ser la generación de la constante lucha por la revolución intelectual. Tenemos que tirar nuestras pantallas de plasma, tenemos que quemar nuestras TermoMix. Pisemos nuestros iPods. Nuestra religión serán los libros, nuestros Dioses serán los grandes luchadores revolucionarios -K. Marx, M. Gandhi, M. Luther King, Julian Assange-. Dejemos de entregarnos a los dioses de plástico, dejad de usar el doblepensar para autosugestionaros de que podéis ser felices. Entregaros a los verdaderos dioses, a vosotros mismos. La historia del hombre se ha hecho siempre en el presente, y se ha terminado de entender en el futuro.

La felicidad, y esto es algo que vuestra misma experiencia os demostrará, no es algo para cuya consecución valga cualquier medio. Hay felicidades y felicidades, algunas engañosas, otras traicioneras, las hay a través del amor y del odio, casi siempre efímeras. Pero siempre es insaciable, como el hombre mismo. Ahora examinemos nuestras conciencias: ¿alguien es feliz? Hipócrita. ¿Alguien se cree feliz? Ignorante. ¿Alguien quiere ser feliz? Iluso. En la misma definición volitiva del hombre está la solución a este problema: no nos dejemos saciar por cualquier atisbo de felicidad. Busquemos lo absoluto, aunque esto no exista, porque es lo único que hace al hombre tender en una dirección correcta. Busquemos la infinita, imperecedera y culminante felicidad, aunque ya conocemos su inexistencia, porque es la única manera de vivir decentemente. Una vida conformista es conformarse con lo que no hay. Por esto acabaremos todos locos.

lunes, 9 de mayo de 2011

Dialéctica con Adán.

Nos dieron la posibilidad de vivir ajenos a lo importante y trascendental, lo teleológico, ajenos al destino, a Dios, e incluso a uno mismo. Pero no podemos hacerlo. Nuestra generación es débil y relativa, y más se pudre conforme nos alejamos del pecado original, de esa encarnación de la vida, un sentimiento real, un pensamiento verdadero, inalcanzable desde nuestro insulso y neutralizado cerebro.
Nos dieron a elegir entre la verdad y la felicidad, entra bondad y maldad. Pero nunca escogimos solamente uno, porque ambos parecían razonables, porque se complementaban. ¿Qué es la felicidad sin haber sufrido la taciturnidad? ¿Qué es Dios, sin la nada, sin el vacío de sentido y la adolescente pérdida del horizonte vital? ¿Qué es un ateo sin un creyente? Normalidad, animalidad, sinrazón. Sin el pequeño atisbo racional intermitente dosificado diariamente, eso es lo que seríamos; Nada.
Cabe preguntarse, si pudiéramos pedirle explicaciones a Adán, si hoy día pudiéramos plantearle estas "evolucionadas" ideas, cuál sería su reacción. Esto lo voy a dejar a la imaginación del lector, pero me nombro portavoz de esta nuestra incomprendida generación.

Adán: Pero ¿quién nos dio a elegir entre los opuestos? Es absurdo... ¿quién tuvo la perversidad de obligarnos a escoger entre cosas que no sabíamos lo que eran? ¿Quién?
- Los tejedores del destino.
- ¡¿Hay más de un Dios?!
- Nosotros somos nuestros dioses.

Con la decadencia de la tradición y la moral cristianas, Dios ha bajado a la Tierra. En mi opinión eso no le quita su valor. Dios es ahora más divino que nunca, es igual de eterno y omnipotente, solo que ahora vemos que, lo que miles de motivados creyentes han visto en el cielo, en realidad se halla delante de nuestras narices. El Dios terrenal no tiene ventaja de plausibilidad respecto del otro: antes no podíamos discernir si Dios existía en el Cielo o sólo en nuestras cabezas. Hoy día la disyuntiva es, si todo lo mágico, etéreo, eterno, intangible, en resumidas cuentas trascendental, existe en sí, o bien son meras conexiones neuronales. En la medida en que nos trasciende, está a mi juicio no sólo en nuestros cerebros, también fuera. Creo en el holismo divino: el conjunto de creencias en lo intangible es irreductible a las creencias individuales: Dios es igual de grande creamos en él o no, porque es verdad, y la verdad es tal cuando no importa que creamos en ella, y sigue en pie. Dios es esa preciosidad de la Vida, y también su peor lado. Pero nos trasciende a todos y así ha sido, así será. Sigue habiendo cosas que no sabemos explicar, y siempre será así. Pero no deja de tener valor cultivar la razón, ese magnífico e inigualable instrumento en el que reposa nuestra capacidad de sobrevivir, como lo hace el vuelo en las aves o el veneno en las arañas.

domingo, 1 de mayo de 2011

Del miedo a abrirse a los demás.

Tenemos ese miedo a mostrar nuestra faceta más amada, nuestra interioridad, nuestro infierno, para mantener su condición de admirable e intransmisible, incomunicable. Este pánico a mostrarse uno tal como es sucede por miedo a que tus pensamientos y reflexiones más profundas queden en nada al convertirse en meras palabras a oídos de los demás. Es un temor a que alguien nos refute, a que no piense como nosotros, y nos veamos bloqueados por un inmenso dolor espiritual. Las facetas que más amo de mí mismo, mis soliloquios frente al espejo, mis pensamientos mientras contemplo los paisajes más honoríficos de Málaga, mi dialéctica con la luna llena; son algo que considero incomunicable por el simple espanto a que sea rechazado por otro punto de vista.

En los momentos de expresión de mis arcadas intelectuales, soy yo, y solo yo. Pero yo nunca soy yo. Sólo aquí, en forma de seudónimo gatuno.

Por eso no hago publicidad de mi blog. No quiero seguidores, dije al principio. Aunque se ha truncado satisfactorio, mantengo al menos el blog en el mayor anonimato posible, a menos que conozca a una mente abierta y alienada que comprenda cada pequeña subliminalidad de mi infierno interior, en su totalidad.

Prefiero perderme en la inutilidad, en la vaciedad del pensamiento de cómo sería mostrar esta faceta hacia los demás, antes que cometer el suicidio de ser yo mismo. Yo soy yo, cuando soy yo, no cuando tú me ves. Y no soy yo contigo, porque entonces no soy yo. Y por miedo a que veas mi yo interior como una extensión de lo que ya conoces de mí. Quizás algún día conozca a la persona más adecuada. Les ruego disculpen mi pedante egoísmo, pero este es mi blog, mi infierno. No una ONG.