El problema es sencillo. Las anteriores generaciones partieron de una sociedad estamental y opaca, oprimidos por una política fascista, racista, esclavista. Hubo guerras, en las que nuestros antepasados murieron, para dejarnos a nosotros, a nuestra generación, un mundo libre, un mundo mejor. Sacrificaron sus pésimas vidas para que nosotros tuviéramos una decente. Pero ¿acaso nos basta con esto? ¿Acaso el hombre no está hecho sino para luchar por un mundo mejor? Aún tenemos problemas, sólo han cambiado de nombre, y hay más gente que antes, lo que crea cortinas de humo, y hace que las estadísticas sean completamente maleables. Podría hacer un estudio estadístico en África y decir que es una primera potencia mundial; tantas personas somos.
Creemos que aquello por lo que lucharon nuestros abuelos, bisabuelos y demás, era este estado de hoy día. Pensamos que esto es la culminación de la sociedad, que ya solo avanzará la tecnología y que no tenemos que exigir nada más. Pero este pensamiento sólo se mantiene bajo argumentos no ya egoístas, sino completamente solipsistas. Vemos diariamente a personas ombliguistas cuya única preocupación es su persona. "Esta es la única manera de ser feliz -pensamos-, encerrándonos en nosotros mismos". Pero no hay que ser feliz. No le toca a nuestra generación ser feliz, por mucho que los titiriteros de nuestra sociedad quieran hacérnoslo creer así. Tenemos que ver la historia desde el presente, y tenemos que obligarnos a morir espiritualmente para dejar a nuestras crías un mundo mejor. No toca aún ser felices.
Quizás parezca que podemos ser felices, pero no es así. La posibilidad física de felicidad no implica que debamos ser felices; es decir, el hecho de que haya una igualdad -solo en el primer mundo- entre todas las personas sea cual sea su religión, sexo, orientación ideológica, no significa que podamos ya ser felices. "Si no hay ningún impedimento físico para ser feliz, si nadie nos lo prohíbe, consigamos la felicidad, pues no hay medio que no valga para alcanzarla, ya que es un fin en si mismo". Este es el pensamiento que hay que eliminar. No estamos luchando por cambiar nada, y si los Altos llegan a convencernos de que podemos ser felices con las cosas tal y como están, jamás se cambiará nada. Porque los Bajos nunca cambiarán nada, y los Medios solo quieren quitarle el poder a los Altos.
No podemos ser más la generación de la Blackberry. Tenemos que ser la generación de la constante lucha por la revolución intelectual. Tenemos que tirar nuestras pantallas de plasma, tenemos que quemar nuestras TermoMix. Pisemos nuestros iPods. Nuestra religión serán los libros, nuestros Dioses serán los grandes luchadores revolucionarios -K. Marx, M. Gandhi, M. Luther King, Julian Assange-. Dejemos de entregarnos a los dioses de plástico, dejad de usar el doblepensar para autosugestionaros de que podéis ser felices. Entregaros a los verdaderos dioses, a vosotros mismos. La historia del hombre se ha hecho siempre en el presente, y se ha terminado de entender en el futuro.
La felicidad, y esto es algo que vuestra misma experiencia os demostrará, no es algo para cuya consecución valga cualquier medio. Hay felicidades y felicidades, algunas engañosas, otras traicioneras, las hay a través del amor y del odio, casi siempre efímeras. Pero siempre es insaciable, como el hombre mismo. Ahora examinemos nuestras conciencias: ¿alguien es feliz? Hipócrita. ¿Alguien se cree feliz? Ignorante. ¿Alguien quiere ser feliz? Iluso. En la misma definición volitiva del hombre está la solución a este problema: no nos dejemos saciar por cualquier atisbo de felicidad. Busquemos lo absoluto, aunque esto no exista, porque es lo único que hace al hombre tender en una dirección correcta. Busquemos la infinita, imperecedera y culminante felicidad, aunque ya conocemos su inexistencia, porque es la única manera de vivir decentemente. Una vida conformista es conformarse con lo que no hay. Por esto acabaremos todos locos.