Tenemos una relación de amor - odio con el cosmos; con las personas se explicita en mayor medida, pero también con las cosas, con los Dioses (los veneramos y luego cuando nos fallan los maldecimos) e incluso con nosotros mismos. Pero no todo es amor y odio, aunque sí en gran medida, pues el éstos mueven el mundo como todo lo demás que es discordante en esta vida.
Entonces, desde un punto de vista antropocéntrico; una ontología correcta ha de ser contradictoria. Un pequeño paréntesis: para justificar este paso de la antropología a la cosmología, me baso en una frase heraclítea. Heráclito reprocha al poeta que dijo: «¡Ojalá se extinguiera la discordia de entre los dioses y los hombres!", pues no habría armonía si no hubiese agudo y grave, ni animales si no hubiera hembra y macho, que están en oposición mutua.
Pues igual que a un pueblo vago y tramposo, que trabaja en economías sumergidas mientras cobra el subsidio de desempleo, le corresponde un gobierno corrupto; a una vida contradictoria le corresponde una idea del cosmos contradictoria, en contenido y en forma.
El problema de la filosofía era querer acoger la realidad caótica con una razón lógica: a partir de Hegel, podemos decir que ya no tiene ese handicap. Hegel es el todo complejo explicado desde la unidad más simple, una teoría universal de todos los modos de teorías filosóficas: ya el hombre, ya el mundo, ya Dios; todo se reduce a la tesis, la antítesis y la síntesis.
Dejando a un lado mi erección hegeliana, volvamos a la tesis: es por esto es por lo que nos planteamos tantas preguntas sin respuesta. Por esto es por lo que odiamos y amamos, reímos y lloramos; es la tesis heraclítea: si no hay contradicción, si no hay tensión de opuestos, entonces no hay energía, no hay altibajos. Y no conocemos otra vida que la de contrastes, aquella en la que la felicidad es el Bien Supremo porque es aparentemente inalcanzable, en la que el amor platónico es tal sólo cuando no existe como tal. En el fondo no queremos calma y disfrute, no es ésta la verdadera felicidad. Queremos depurar el alma mediante la tristeza, y que llegue la felicidad como una venida de Dios, una revelación divina que nos llene del placer espiritual verdadero: entender la verdad de lo lógico, sentir el amor de lo irracional, tras encontrarnos perdidos en el entendimiento y solitarios en nuestro corazón.
Y entonces, ¿qué nos queda por hacer en esta vida, si nada se puede hacer correctamente, es decir, de acuerdo con el cosmos contradictorio? Nos queda plantearnos estas grandes preguntas absurdas, llamadas planteamientos filosóficos, nos queda comprender la escasa lógica que hay en esta vida, pero también nos queda comprender lo irracional, no con la razón obviamente, sino con el corazón. Que no es tanto entender o comprender, entonces, sino sentir, amar y odiar. La actitud hacia la vida incoherente y disparatada no es otra que comprender el gran universo y experimentar los secretos paradójicos, es decir, las pasiones que esconde éste.
Igual que en el mundo hay res extensa que funciona con igual lógica que nuestra res extensa, el cuerpo; en el mundo hay res "sentiente", hay algo inmaterial, inmensurable por ciencia alguna, que funcionará, seguramente, como funcionan las pasiones en nuestro alma. La armonía contiene al caos, pues, si no, no sería armonía, quedando el caos fuera de ella: ha de contener todos los elementos y todos han de encajar. Heráclito lo decía ya: la tensión de opuestos mantiene el orden armonioso; el orden y el caos han de encajar como el amor y el odio, como el ying y el yang.
Además, esta contradicción es necesaria en la vida, igual que en la naturaleza. Necesitamos contrarios en nuestra vida, para alternarlos y diferenciarlos, para sufrirlos y luego disfrutarlos. Aunque sepa que la diversión es mejor que el trabajo, valoraré más mi tiempo de ocio si tengo tiempo de deberes. Y esta sociedad nace con derechos, tantos que eclipsan los deberes. Esta será seguramente una de las causas de nuestra infelicidad: no cumplimos nuestros deberes, nos rebajamos a recibir subvenciones y no trabajamos. Buscamos el constante e intenso placer, pero si nunca hemos sentido el constante e intenso dolor... no podremos disfrutar lo placentero en su plenitud. Si no satisfacemos nuestra dimensión práctica, además de perder pequeños momentos de placer que son exclusivos del deber, del trabajar, no podremos satisfacer la hedonista. Estos son los medios para el fin de la vida: ir rellenando lo más equitativamente posible las dimensiones del ser humano, para alcanzar, primero y en vida, las pequeñas dosis de felicidad que proporcionan éstos medios, y en el momento de la muerte práctica del hombre, la gran felicidad de haberlo hecho todo en la vida. Pero no es simplemente la felicidad, sino la felicidad con tristeza. No es una felicidad constante la que se puede hallar en vida, pues en vida somos aún caóticos, somos aún armoniosos con el cosmos. Quizás sólo en la muerte se alcance la eterna felicidad, pues allí no parece haber contradicción, esto es, en la nada. La nada es el vacío, por tanto, el vacío de vida y de contradicción, por tanto incognoscible por el hombre vivo y contradictorio. Así es como, partiendo del hedonismo y su relación con la dimensión práctica del hombre, a través de la tesis de la contradicción, se llega a concluir que el fin del hombre es la felicidad. Pero son infinitos los caminos para llegar a esta verdad.