Entré y allí estaba, con su libreta donde pensaba dibujar animales o tías desnudas mientras yo le contaba mis secretos más profundos. Gabinete de psicología Hernández. Abajo ponía "curamos su alma". Ahora resulta que se creen dioses por recetar drogas. ¿Quién necesita a un argentino para confundirte sexual y moralmente? Si Sócrates levantara cabeza... Decidí contarle una historia distinta, ya me desahogué demasiado con lo de mi ex-novia.
- Doctor, tengo un sueño que se repite.
- ¿Y qué es lo que ocurre en ese sueño?
- Pues me encuentro en pleno centro, rodeado de gente que... no sé, es una sensación muy rara, verá: están todos llorando, pero no tienen lágrimas, ¿sabe? Es complicado.
- Siga, siga, tenemos todo el tiempo que pueda pagar.
- Mire, algunos se están ahorcando pero moviéndose a la vez, como si no soportasen el peso de la realidad sobre su espalda, e intentan desesperados arrastrarse a donde quieren ir. Pero la soga no les deja.
- ¿Por qué me cuenta esto? ¿cree que esa soga puede ser usted?
- No, no. Yo no tengo ningún problema con ellos; pero soy el único que está normal, y los demás están en esas circunstancias que le he explicado, o bien jugueteando con una pistola en posición fetal, en mitad de la calle, ¿no le extraña?
- Es posible que tenga usted tendencias suicidas, ¿sabe?
- Eso pensé, pero amo la vida en todo su esplendor, lo que no me gusta es la gente. Gente que, con tal de no hacerse daño por fuera, se muere por dentro... Sí, eso es, quieren ser ellos mismos, pero la sociedad no les deja, y les hace mostrar una cara que no es la suya. Antes que dañar una imagen social que creen tener en su paranoia, encierran a su yo más profundo, para parecer lo que creen que es normal. Prefieren llorar en silencio a llorar en público, y creo que eso no está bien.
- ¿Usted cree que llorar en público está bien?
- Creo que la sociedad mata al yo, no le hablo de mi mente, sino de el hombre en sí. Hay muchas personas, todas únicas, una gran diversidad de experiencias, de posibles relaciones puras, y se contaminan y envenenan en el momento en que todos tenemos las mismas experiencias.
- Bien. Luego cree que las personas no deberían tener cosas en común.
- No lo sé. Supongo que está bien hasta cierto punto. Pero si todos vivimos lo mismo, ¿qué gracia tiene? El narcisismo ha llegado hasta tal punto que buscamos a una persona que se parezca a mí para que no nos desenamoremos de nosotros mismos. Yo, particularmente, prefiero lo diferente. Quiero decir, yo soy la única persona que veré toda mi vida, y lo divertido es conocerte a través de otros, también. Pero si son como tú, opinarán lo mismo que tú, no quedará hueco para la libre interpretación. Nuestra sociedad de consumo nos ha embaucado en el más absurdo de los caminos que se puede proponer el hombre: la impersonalidad.
- Vaya...
De repente el psicólogo bajó la mirada. Creo que fue la primera vez que lo vi reflexionar. Luego me miró cabizbajo y me pidió que le cediera mi sitio. Tras hacerlo, se tumbó en el sofá donde yo me encontraba, tiró la libreta a la papelera y empezó a hablar.
- Realmente, quién es el loco, quién es el cuerdo...
- Todo depende de cuanta gente haya de cada bando para determinar quién tiene el problema. Es muy triste.
Se echó las manos a la cara y comenzó a gimotear. Así, como lo cuento. Empezó a llorar desconsoladamente, y me sentí incómodo. Pensé que le había recordado algún problema existencial y le había hundido la moral.
- ¿Hay algo que pueda hacer por usted?
- No sé qué sentido tiene mi vida. Estoy más loco que todos los que se han sentado en este sofá -dijo con cara de perplejidad, pero rojo como si intentase deshacer el nudo de su garganta-. ¡Se suponía que iba a cambiar un poco el mundo, ostia! Y aquí estoy... retorciendo los principios de la gente para evitar suicidios. Realmente quiero que mueran. Ellos quieren morir, yo quiero dejarles. El único problema es que si no hay locos, no cobro.
- Pues vaya.
- ¡¡Debería matarlos a todos, empezando por usted!!
- Debería cambiar el mundo empezando por usted.